(Firma: Juan Andivia) Entre las organizaciones que surgieron a finales del siglo pasado para reivindicar el desarme, el antimilitarismo, la paz y la libertad, la vida sin guerras, el crimen de genocidio y otros tantos, parece obligado dedicar una atención especial al movimiento internacional MUJERES DE NEGRO, que nace en Jerusalem en 1988, después de la primera “Intifada”, para protestar contra la política israelí en el tema de los asentamientos palestinos.
Estos grupos, sin una estructura concreta en el primer momento, aparecían los viernes, llevaban una pancarta contra la ocupación; en silencio, con orgullo y vergüenza al mismo tiempo y, en ocasiones, eran conjuntamente israelíes y palestinas, pero con una voz común. Llegaron a ser hasta treinta y nueve agrupaciones repartidas por todo el territorio y, a finales de 1990, clamaron contra la Guerra del Golfo y sus frentes se multiplicaron: En Italia, contra la política del gobierno respecto a ese conflicto; contra la venta de productos químicos al régimen iraquí por parte de Alemania y contra la xenofobia, la inmigración no reglada y el neonazismo; en India, contra el fundamentalismo; contra la indiferencia gubernamental frente a los “sintecho” en EEUU; contra la violencia de género en Australia; y lo más curioso es que algunas de ellas no conocían el antecedente de Israel, pero exhibían su angustia, su oscuridad, su mezcla de rechazo, dolor y miedo, con la misma entereza, con una resolución semejante.
La plaza de la República de Belgrado asistió, en 1991, a la denuncia del militarismo de Milosevic y del alto grado de belicismo en los Balcanes y allí se formuló un eslogan que cerró el primer comunicado oficial del grupo y que resumía la razón de su existencia: “Excluyamos la guerra de la Historia y de nuestras vidas”.
Pero cualquier asociación, cuando crece, tiene que definirse y en Venecia, en 1992, se intentó aunar las opiniones sobre nación, patria, ejército y otras encerronas terminológicas. De las jornadas “Mujeres contra la guerra en la ex Yugoslavia” germinaron otras en Belgrado, hasta llegar a diez encuentros en la Red que las hizo múltiples y universales, como el propio fin que las movía. Al año siguiente, se presentaron en España y denunciaron la violación de los derechos humanos.
Se expandieron, se asociaron en la “Alianza de la Ruta Pacífica” y la “Organización femenina popular de Barrancabermeja” y, en 2000, comenzaron a salir, esta vez los martes, en distintas ciudades y regiones de Colombia, para manifestar su “No a la guerra y a las violencias”.
Independientemente de sus recorridos en aquellos años: Paraguay, Argentina, Chile, Washington, México y las colaboraciones con otras activistas como Kathy Kelly, Meda Benjamín o la investigadora Priscila Elworthy, la importancia de estos grupos radicaba en la claridad de sus objetivos que podían sobreponerse, sin dificultad, a las discusiones ombliguistas y a los personalismos. Se trataba de la vida humana, nada menos; y sobraban matices y colores: Por eso el negro las aunaba, las fortalecía y las convocaba, porque existía un dinamismo hacia la luz, una voluntad de partir del luto para llegar a la alegría.
Cuando las descubrí, me gustaron estas MUJERES DE NEGRO, aunque hubiera deseado que no hubiesen existido nunca, porque ninguna madre, ninguna hermana, ninguna niña hubieran tenido motivo para gritar su amargura, su desilusión o su desdicha; pero la realidad es diferente: El dolor y las crueldades existen, siguen existiendo; por eso, la solidaridad es siempre necesaria.
Las MUJERES DE NEGRO, protestando delitos pasados y –lamentablemente- actuales, alumbraron con sensatez y valentía un mundo que se sigue caracterizando por el armamentismo, los sucios intereses, las fronteras, los enfrentamientos étnicos y religiosos y el fanatismo. En Sevilla existió un grupo que, en agosto de 2003 con motivo de un encierro de inmigrantes en la Universidad Pablo de Olavide, dejó frases como esta en sus declaraciones: «Algunas personas tenemos grandes sueños. No sueños de grandeza, ni de riqueza, ni de poder. Algunas personas soñamos con un mundo en el que quepamos sin empujones, sin sobresaltos, sin hambre, sin golpes…».
Hoy sus reivindicaciones siguen en pie. Les perdí la pista hace unos ocho años, pero ojalá que dentro de poco sean tan solamente el pintoresco recuerdo de que también podía utilizarse el color negro para invocar la esperanza.