22 diciembre 2024

La tumba de Athos y Esaadia, una frágil chabola de palés, cartones y plásticos

(Firma: Asociación Multicultural de Mazagón)  Siempre puede ser peor. Hace tan solo tres días escribíamos un comunicado por un incendio producido en el asentamiento de Palos de la Frontera. Hoy, lo único que podemos hacer es, por desgracia, lamentar la muerte de dos personas en otro incendio. Esta vez, en Lucena del Puerto.

No conocemos el número de muertos que necesitan las Administraciones para reaccionar o para que esa anemia crónica se traduzca en voluntad política. Tampoco conocemos el número de muertos imprescindibles para que los discursos de exaltación de los derechos humanos se hagan realidad. Porque Athos y Esaadia no murieron en un incendio, los mató la miseria en la que se vieron obligados a vivir.

Ni la riqueza generada con los frutos rojos de la que todas disfrutamos, ni la previsión de mano de obra realizada por las organizaciones empresariales del sector en las campañas agrícolas, ni el cuerpo legal que protege los derechos de las trabajadoras y trabajadores, parecen ser suficientes para que los diferentes niveles de la Administración, y el sector empresarial, sean capaces de ponerse de acuerdo para proporcionar acceso a algo tan básico como un techo donde poder descansar de una manera decente, acorde con el estado de derecho en el que vivimos.

Como parte de la sociedad civil, tampoco podemos entender que la corporación local, la más cercana a los asentamientos de chabolas, no sea capaz de abrir las puertas de un espacio para acoger a las personas que lo han perdido todo. No solamente está faltando al deber de auxilio en un estado de emergencia humanitaria, también demuestra una falta de sensibilidad y humanidad impropias de una institución al servicio de una sociedad democrática, con todo lo que ello implica.

Tampoco podemos entender que, en una situación de pandemia, se exija a las ciudadanas y ciudadanos responsabilidad para guardar las normas de higiene y distanciamiento social y, sin embargo, consientan la existencia de guetos sin servicios básicos, como agua y electricidad, poniendo en peligro la vida de esas personas y, por extensión, la del resto de la ciudadanía.

Llevar una vida normal, trabajar para mantener a sus familias y tener documentos que les permitan desarrollarse como ciudadanas y ciudadanos de pleno derecho son las aspiraciones de las personas
migrantes. Como cualquier ser humano. Salieron de sus países huyendo de la miseria a la que estaban condenados con el legítimo deseo de encontrar una vida mejor. Pero el sistema se empeña en encerrarlos en un círculo vicioso lleno de obstáculos insuperables con una Ley de Extranjería perversa y racista.

La tumba de Athos y Esaadia ha sido una frágil chabola fabricada con palés, cartones y plásticos, la fórmula perfecta para ser devorados por la llamas en cuestión de segundos. Es imprescindible conocer las causas del fuego, pero nunca podrán servir como cortina de humo para olvidar que, la existencia de los asentamientos, representa la vergüenza y la debilidad de una sociedad incapaz de responder a los desafíos de un mundo intercultural.

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