La Historia es un claroscuro con partes bien iluminadas y otras sombrías. Al igual que un cuadro, las formas y relieves toman protagonismo a través de esa graduación de tonos lumínicos o, lo que es lo mismo, a través de la mirada de quien quiere contar y ha reparado en ella. Tener suerte para estar en el lado de la luz o la penumbra es, por tanto, sólo cuestión de mirada. En el año 2012, el Papa Benedicto XVI, en su libro ‘La infancia de Jesús’, tuvo a bien poner sus ojos en este sur del sur para señalar lo que sigue: “(…)La promesa contenida en estos textos extiende la proveniencia de estos hombres hasta el extremo Occidente (Tarsis-Tartesos en España), pero la tradición ha desarrollado ulteriormente este anuncio de la universalidad de los reinos de aquellos soberanos, interpretándolos como reyes de los tres continentes entonces conocidos: África, Asia y Europa” (Benedicto, 2012: 60). Siendo así, el Santo Padre insistía en que aquellos Magos, probablemente acompañados por algo más que un paje, emprendieron el camino a Belén desde tierras lejanas atendiendo a lo que recogían los Salmos –alabanzas hebreas–, “que los reyes de Tarsis y de las costas lejanas le paguen tributo” (Salmos, 72:10). Sus palabras ponen algo de luz en esta tierra minera, pues las referencias bíblicas sobre Tarsis, aunque no determinan el lugar geográfico, no dejan de tener algún nexo; un delgado hilo que la historia dejó en el aire tan necesario de miradas y, aunque la historicidad de las citas bíblicas no está contrastada, no deja de ser significativa.
Tarsis aparece en diversos textos de las Crónicas de los Reyes, Isaías, Ezequiel o Jonás, pero no se alude nunca a su localización exacta, y menos aún si el vocablo geográfico Tarsis es sinónimo de Tartessos (Maeso de la Torre, 2004). El Libro de los Reyes, del año 600 a. C., ya nombra a Tarsis: “El rey Salomón poseía en el mar naves de Tarsis, y cada tres años, arribaban trayendo oro, plata, marfil, monos y pavos reales”. Se trata de una maraña histórica en la que se cuenta cómo el rey Salomón poseyó un trono rico y opulento, aunque no podemos concluir que verdaderamente fue así pues las campañas arqueológicas aluden a un reinado más austero. Solo parece que podemos aseverar que Tarsis fue un centro comercial de primer orden especializado en el tráfico de los metales, y así Jeremías afirmaba: “De Tarsis se importaba la plata laminada” (Ezequíel, 27:12). Ninguna fuente proporciona una conclusión final sobre aquel vocablo, lugar o cosa, Tarsis se pierde en esa penumbra que, a veces, es necesaria para poner la luz sobre otras cosas. La Arqueología se ha encargado de analizar las escorias de las minas de Tharsis y ha puesto luz, confirmando el importante comercio entre fenicios y tartesios hacia el siglo VI a. C (Pérez Macías, 1997), concretamente, en la zona denominada Pico del Oro en Filón Sur. Estos metales fueron de gran valor para ese comercio con Oriente que, hasta el descubrimiento de las minas de Laurium en el Ática, parece que dominaron el mar Mediterráneo.
El proceso repoblador del litoral andaluz por parte de las importantes ciudades fenicias como Tiro será protagonizado por sus colonias a lo largo de los siglos IX y VII a. C. y, aunque la historiografía ha insistido en la fundación de Gadir (Cádiz) como la más antigua de las colonias fenicias, todo apunta a que la fundación del resto de colonias como Onuba o Malaca fueron prácticamente coetáneas (Ferrer Albelda, 2015:18). Por tanto, el problema se centra, fundamentalmente, en saber si la Tarsis bíblica es Tartessos. A la luz de las fuentes, se indica que Tarsis fue lugar rico en metales y que comercializó con Tiro y, según las tesis actuales, todo parece confirmar que aquella Tarsis misteriosa tiene mucho en común con aquella Tartessos que describen las fuentes griegas (Álvarez Martí-Aguilar, 2015: 20). No es nuestro cometido arrojar luz sobre este aspecto, pues el misterio de Tartesos –Historia o Leyenda– no termina de romper su punta de lanza en el panorama científico.
En la historia, a veces, aseverar es estéril, pero sabemos que el fenómeno de Tartessos no solo se circunscribe a las provincias andaluzas de Huelva, Sevilla y Cádiz, sino que fue más allá de las fronteras portuguesas y extremeñas. Por tanto, si las minas y sus minerales pertenecen a un ámbito territorial concreto, el hilo de esta historia nos va llevando al mismo punto desde el que comenzamos. ¿Por qué razón no sería desde las minas de Tharsis? Una Tharsis que, hacia el siglo I d.C. –en el que sitúa el nacimiento de Jesús–, se encontraba bajo el dominio romano de Tiberio Julio César Augusto y tenía plena actividad abasteciendo el vasto Imperio Romano. Una Tharsis que, según el Itinerario Antonino, parece ser que se denominó Ad Rubras por el color de su tierra. Una Tharsis que, siendo uno de los grandes productores de plata tartesia, ocupó un lugar preeminente en el comercio entre Oriente y Occidente. Una Tharsis a la que el propio Ernesto Deligny, en 1853, le colocó su nombre porque concluyó en aquel momento que esta Tharsis debía ser aquella que nombraban como la Tarsis bíblica, y que el monte Tarse debía su nombre a ese origen.
No sabemos qué delgada línea separa la realidad de la ficción, pero de igual modo eso no es importante, pues la Asociación Cultural Reyes de Tharsis, con la colaboración del Ayuntamiento, asociaciones, administraciones y empresas, viene trabajando desde 2013 para rescatar de la penumbra ese momento histórico, lanzarlo a la luz, y seguir celebrando la Entrega del Oro. Este año de 2021, tras recibir la Bendición Apostólica de su Santidad el Papa Francisco gracias a la colaboración inestimable del vecino D. Carlos Galán ‘Carrilla’, la recreación histórica se realizará el próximo día 18 de diciembre de 2021, en horario de 17:30 a 19:30 horas, en una versión reducida para impedir aglomeraciones. En esta ocasión será la Plaza del Minero, en la localidad de Tharsis, la que acogerá dicho evento protagonizado por sus habitantes.
Una vez más, los Reyes Magos recogerán el oro extraído en las legendarias Minas de Tharsis y lo llevarán como una de las ofrendas -junto a la mirra y al incienso- al niño Jesús en Belén. Los tres elementos conforman un mapa de significados y significantes donde están presente la simbología, la historia y la fe. El oro conforma el metal de los Reyes, entregado a quien se erigirá en ello y, por tanto, representa el poder sobre los hombres. El incienso ofrece el aroma con el que se envuelve a la divinidad y, por último, la mirra es una sustancia con la que se unta el cuerpo al morir, símbolo de lo terrenal y de la muerte de Jesús para salvar a la humanidad. De estos elementos, el oro se extrae de las minas más al sur de la península ibérica; explotaciones milenarias por las que han pasado multitud de civilizaciones para extraer los metales preciosos de sus entrañas desde hace más de 5.000 años de antigüedad.
Patricia Chapela