La depresión en tiempos de pandemia

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Son cientos de miles los seres humanos que han perdido la vida a consecuencia del virus en todo el mundo. La humanidad lleva más de dos años batallando con un patógeno que, sigilosamente, puede transmitirse a través del afectuoso abrazo de un hijo, el beso de un amante o, si transcurre el tiempo necesario compartiendo un mismo espacio, una conversación intrascendente con el amigo de toda la vida en el bar de siempre. Para que el contagio sea efectivo, solo se necesita la cercanía de una persona que perfectamente puede ser asintomática y, en consecuencia, parecer, y creerse, completa y absolutamente sana

En más de un sentido, la depresión es semejante a una muerte psicológica. Falta de energía para enfrentar el solo acto de levantarse de la cama, una tristeza y una oscuridad que lo envuelve todo y secuestra el sentido a una vida que ya no se desea vivir, desesperanza, apatía, llanto incontenible, dolor insoportable, una culpa y una vergüenza irracional que lo impregna todo, hasta el más insignificante pensamiento, acto u omisión pasada, presente y futura… Estas y muchas otras son las palabras con las que describen lo que sienten aquellos que han padecido una enfermedad que, en muchos casos, puede empujar a la persona al suicidio. Un efecto colateral más de la presencia de la COVID 19 entre nosotros ha sido y es el incremento en la incidencia de la enfermedad mental en la población. Las sucesivas investigaciones que se están llevando a cabo muestran que se han duplicado las cifras de personas con padecimiento de ansiedad y depresión.

La terapia cognitivo conductual, así como los tratamientos científicamente validados derivados de esta, se conforma como la corriente imperante en el ámbito académico; al igual que en la consulta de cualquier profesional de la salud mental. Aunque resulte extraño, este modelo ancla sus raíces en autores de la antigüedad como Epicteto y Marco Aurelio. Ambos afirmaban que no son tan importantes los acontecimientos y vivencias que rodean nuestra existencia como las interpretaciones que hacemos de todo aquello que experimentamos. Así pues, nada es en sí mismo bueno o malo, perjudicial o beneficioso; todo depende de la valoración que hace el individuo de la situación. Como han demostrado sobradamente autores como Albert Ellis, son nuestras creencias irracionales y nuestras desatinadas expectativas de futuro las que, en incontables ocasiones, nos empujan a la depresión. De lo que se deduce que son nuestros propios pensamientos y la interpretación que hacemos de la realidad, y no la realidad misma, lo que nos enferma.

Este hecho insólito nos lleva inevitablemente de vuelta a la Antigua Grecia de nuevo, casi a sus orígenes, más concretamente al templo erigido al Dios Apolo en Delfos. En el frontispicio de entrada rezaba la divisa: Conócete a ti mismo. Para Sócrates, el gran filósofo griego, esta era la más noble de las tareas que un ser humano podía emprender. Él empleó su vida en ayudar a extraer de su propio interior la verdad a cuantos con él conversaban. Aunque denominó como mayéutica este proceder, en el momento presente la mencionada metodología muy bien podría denominarse psicoterapia. Cualquier psicoterapeuta, por cierto, sabe que cuando el paciente acude a terapia trae consigo el problema, así como también la solución a sus problemas.


Hemos vivido durante demasiado tiempo en el engaño de la búsqueda de lo externo: posesiones, títulos, reconocimiento o dinero, en la creencia de que iban a proveernos de una felicidad que, a la postre, jamás llegaba. La pandemia ha demostrado que todo eso es infinitamente más volátil e insignificante de lo que habíamos sospechado. La introspección reflexiva y el autoconocimiento nos ayudarán a desenmascarar lo falso y las creencias erróneas que teníamos sobre el mundo. Quien ama no tiene miedo. Quien ama no se deprime. Miremos hacia dentro y descubramos esa hermosa y particular luz de la que cada uno de nosotros somos poseedores. Hagámoslo sin miedo, con la seguridad de que, por naturaleza, somos amor, lo que necesariamente incluye el amor a uno mismo y a los otros; con la certeza de que eso mismo y ninguna otra cosa es lo que nos hace humanos.

José María García García

Doctor en psicología y escritor. Autor, entre otros, del ensayo ‘Lo fácil es sufrir’

 

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