José Manuel De Lara, el poeta, nunca ha usado pseudónimo para diferenciarse del editor, entre otras razones porque cuando empezó a publicar su libro allá por 1957 (Surco nuevo, Huelva Ilustrada) tampoco le hacía falta. En las casas recibíamos entonces los libros del Círculo de lectores, donde no abundaba la poesía; y la editorial Planeta y su patrón acababan de empezar a ser conocidos.
El poeta, que fue nombrado hijo adoptivo de Huelva y al que el consistorio acaba de homenajear en la Plaza Niña con una placa que lo inmortaliza en su propio barrio y cerca de donde nació su esposa Pepita, lleva en nuestra ciudad desde 1944, ha escrito numerosos libros y, con toda justicia, es el poeta decano de Huelva, no solo por su edad, sino por su trayectoria auténtica (consúltese <https://manueljosedelara.wixsite.com/josemanueldelara>) y su constancia en los valores que le adornan y en los que cree: sentimiento, hondura, cotidianidad y tradición en el fondo y en la forma.
He sido su vecino durante muchos años; frente a su casa me sentí torpe aprendiz mientras enhebraba mis primeros cuartetos y, pronto, en mi adolescencia, tuve el honor de ser su colega joven y su alumno, aunque él no lo sepa.
Mientras nuestra juventud y las lecturas que llegaban entonces abrían el campo de la poesía y dudábamos entre Aleixandre y Whitman, sabíamos que en los versos de José Manuel sí había poesía. Era el poeta de la sencillez, de la sensibilidad, de lo cercano y de la métrica perfecta, inaccesible para muchos.
Cuando entré por vez primera en su casa, me sorprendieron los discos de Gardel y su relación estrecha con Argentina. Me enteraría más tarde de que había sido nombrado académico correspondiente de la Academia porteña del Lunfardo, institución prestigiosa que, entre otros afanes lingüísticos, estudia la evolución del habla coloquial de Buenos Aires y que, antes de él había nombrado a Camilo José Cela y a Tomás Buesa Oliver.
Hace tiempo que no veo a mi amigo José Manuel, que ha fundado o ha formado parte de la mayoría de los grupos literarios onubenses; sé que tiene una calle con su nombre y que puedo encontrar un azulejo con un poema suyo en la Gran Vía, sé que sigue escribiendo y que las limitaciones físicas de su edad han dejado un vacío en la población gatuna de alrededor de la calle Miguel Redondo, sé que este homenaje es merecido y que elogia más a quien lo hace que a quien lo recibe y, hoy, quizá deudor de un público aprecio, quiero proclamar mi admiración por su integridad literaria y por una obra copiosa y verdadera.