15 octubre 2024

CERCA DE LA LETTERA: Las mujeres malas, ¿van a todas partes?

Se iba acercando la fecha de la boda y la lista de invitados crecía como la barriga de una embarazada, como el gurumelo que con las últimas lluvias está a punto de reventar la tierra. No había nadie en el departamento que no estuviera invitado. No se hablaba de otra cosa: la boda, la boda, la boda. Aquello tenía visos de dejar la de Lolita en una reunión de amigos. Una compañera que iba sin acompañante me llamó unos días antes para ir juntas a la iglesia. Yo llevaba días disimulando cada vez que alguien sacaba el tema: me daba vergüenza decir que yo era la única que no había recibido la invitación. Pero ya no podía disimular más. Mi amiga se quedó en silencio unos segundos, porque el “Tierra, trágame” era de récord olímpico. A ella le pilló de sorpresa, pero yo hacía tiempo que me lo esperaba.

¿Cuál fue mi pecado para no estar invitada a la boda? Pues supongo que fueron una combinación de muchos pecados: ser lo suficientemente ambiciosa para querer tener un puesto de trabajo estable y que me gustaba, ser lo suficientemente orgullosa como para no estar dispuesta a decirle a ninguna mala persona que no lo es, ser lo suficientemente honesta para ganarme mi pan con mi trabajo y no gracias a los contactos de mi familia y sobre todo no pedir perdón por nada de esto.

Esto que os cuento pasó hace tantos años que ya hasta he olvidado el nombre de los protagonistas, pero no es un hecho aislado en mi vida. Por no callarme, por no doblegarme hay lugares en los que nunca he estado, ni nunca voy a estar. Porque queridos todos, siento contradecir a Ute Ehrhardt, la psicóloga alemana que a mediados de los noventa dio el pelotazo con aquel libro de autoayuda cuyo título recogía una frase de la actriz Mae West, pero militar en la disidencia te cierra alguna que otra puerta. Otra cosa es que seamos expertas en abrir ventanas. Y en reconocernos.

Acaba de celebrarse este fin de semana el Salón del Libro de Otoño en Punta Umbría. Justo el año pasado en ese mismo evento conocí a Julia Bellido. Bueno, más bien debería decir que nos cruzamos, porque por esas cosas que tienen las prisas, cuando quise ir a saludarla ella ya se había tenido que ir, pero dejó algo para mí: la plaquette “Sin una habitación propia” y cuyo contenido forma parte de “Desobediente”, el libro del que hoy quiero hablaros.

¿Qué hizo que yo reconociera en Julia a alguien de mi estirpe? Sus versos cargados de amor por las palabras, los libros como muro de contención, el ansia por poder nombrar, la herida, la orfandad. De todo esto habla Julia en una primera parte titulada como su libro. El comienzo de su poema “On fire” se nos aparece como una convocatoria:

Toda mujer es un lugar en llamas

donde arden también

otras muchas mujeres.

La segunda parte del libro, que ya recogía aquella plaquette que nos unió en Punta, es un canto de amor a la poesía. Y como todo amor viene cargado de ternura, pero también de incertidumbre e incluso de dolor. En unos primeros versos afirma que “No hay dioses y no hay ídolos / más valientes que ella” para más tarde afirmar:

Ninguno de mis versos

escritos hasta ahora

hizo sangrar mis manos como estos.

En “Canción triste de Ariadna” se recogen siete poemas con un tono incluso más narrativo que los anteriores y que hablan acerca del dolor: el dolor físico, el dolor de envejecer, el dolor de las oportunidades perdidas. Es una parte del poemario que, aunque rompe de alguna manera con las anteriores y nos sitúa en otro plano, no se siente extraña sino necesaria para componer la figura de la desobediente.

Por último en “Cosmic Consciousness”, la última parte, Julia desacelera el ritmo y nos invita a dar un paseo con ella. El paisaje aquí se torna lienzo más que motivo. Es el paisaje el que induce a la poeta. En la observación, en los pequeños detalles, en aquella habitación en Torrequebrada, en los paseos por la playa en marzo, cuando todavía no ha sido tomada por sombrillas y latas de cerveza, Julia va dibujando otro paisaje que va hacia adentro y que nos conmueve como lectores. De una belleza extraordinaria es el poema en prosa “La corza”.

Ser desobediente tiene también su coste y como ella misma dice en el poema “Descoser”, dedicado a su madre, hay que deshacerse los nudos para hallarse. Porque para ser desobediente, hay que saber nombrarse. No, las chicas malas sabemos que no iremos a todas partes. Pero tampoco hace falta.

“Desobedientes” de Julia Bellido está editado por Garvm Ediciones.

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