Los veranos cada vez son más cortos: no se ha puesto una el bikini dos veces cuando ya lo tiene que lavar para guardarlo. El tiempo a partir de cierta edad ya no fluye, sino que va corriendo.
Todos los veranos se parecen y sin embargo todos los veranos son distintos.
Me gusta mirar al cielo al atardecer. Sueño con poder retener esos colores en mi cerebro para siempre, pero luego comprendo que es precisamente eso, el no poder atraparlo, lo que hace que ese intervalo de tiempo sea mágico.
La chiquilla que llega cada mañana y se pega la paliza con la tabla. Eso también pasará.
El chiquillo que vino berreando porque no quería meterse en el agua y ahora lo hace porque no quiere salir del agua.
Esta luz de finales de agosto.
Un saludo a esa gente que cuando llega el 1 de septiembre dice ¡Ea, pues ya se acabó el verano! y le sisan veintiún días a la estación más bonita del año.
No me gusta la palabra veroño, porque parafraseando a mi amigo Antonio, eso ni es verano ni es otoño.
Siempre sufro cuando veo la última escena de Antes del amanecer, aunque una ya sepa que la historia continúa y que sus protagonistas nos seguirán acompañando años más tarde. Cuántas veces hicimos esa misma promesa (tenemos que volver a vernos, no podemos perder el contacto) para luego, en la tranquilidad de nuestra casa, caer en la cuenta que ese tiempo que hemos compartido nunca volverá.
El atardecer, la bajamar, una silla, una sombrilla y una pareja que desnudos se abrazan. Todo en esa foto de Simon Porte Jacquemus habla de lo que ya pasó.
«Septiembre, qué absurdo nombre para morir», Luis Eduardo Aute.
1 comentario en «‘Vida Salada’: Dejar pasar»
Qué manera de que aún brille el sol, Carmen, con tu homenaje al final del verano.