Las últimas noticias de la pasada semana sobre el estado de Doñana no eran nada halagüeñas. La Estación Biológica de Doñana CSIC advertía del “estado crítico” en el que se encontraba la laguna de Santa Olalla, la mayor laguna del espacio natural de Doñana, tras haberse secado por tercer año consecutivo.
Desde hace más de una década los niveles de precipitación en el entorno están por debajo de la media histórica, que unido a la explotación del acuífero y a las altas temperaturas, es lo que viene provocando la desecación de las lagunas. Sin ir más lejos, el verano de 2023 fue muy seco y cálido, el más caluroso desde que se tienen registros; lagunas permanentes como las de Santa Olalla, la laguna Dulce y la del Sopetón se secaron. La situación no deja de ser preocupante, aunque Doñana ha salido de otras peores, superando periodos de sequía mucho más graves.
Hace tan solo unos meses estaban encendidas todas las alarmas por la sequía, y como consecuencia de ello, por el declive del censo de animales. Doñana agonizaba, pero las lluvias de la borrasca “Nelson” que azotó España durante la Semana Santa, la más lluviosa en lo que va de siglo, vinieron como un bálsamo para aliviar el problema.
“Berenice”, la última borrasca con nombre propio no ha dejado registros de agua muy significativos en Doñana, aunque las principales lagunas y humedales han comenzado a recuperarse. No obstante, el otoño acaba de llegar y parece ser que viene con buenas intenciones.
En estas imágenes, capturadas de las cámaras ICTS-RBD de la Estación Biológica de Doñana, podemos comprobar el estado del Caño Martinazo, antes y después de la borrasca “Berenice”.