Aprovechando la amabilidad de HuelvaYa, he pensado escribir varios artículos sobre distintas anécdotas de mis veraneos en El Rompido durante algo más de medio siglo. El tema de hoy tratará sobre una sombrilla.
Sentadas sobre la rena y bajo una de ellas estaban M.ª Juana, Concha, Leni y Silvino. Juan y yo, de pie, no parábamos de conversar, y en la orilla, cuatro niños (Jordi, Juanelo, David y Javi) jugaban con alegría. De pronto, apareció una pareja que, montados en un patín de pedales y procedentes de El Portil, habían cruzado la ría. Y, sin mediar palabra, asentaron su artilugio acuático muy cerca de nuestra sombrilla, alejándose enseguida para cruzar la barra en busca del océano.
Mi familia y yo pensamos que aquellos jóvenes no tenían educación. Y mientras nosotros íbamos desplazando nuestra sombrilla para evitar que la marea mojara nuestras toallas, aquel artilugio a pedales empezó a navegar en solitario hacia El Terrón. Al cabo de algo más de una hora, la aludida pareja apareció otra vez y, entonces, si pudimos escuchar su voz:
—Oigan, ¿saben ustedes donde está nuestro patín? —preguntaron alarmados.
—Su patín está navegando hacia el oeste —contestamos, señalándolo.
—¡No es posible! ¡Nosotros lo hemos dejado al lado de su sombrilla! —replicaron con vehemencia.
—Sí, es verdad. Lo que ocurre es que nuestra sombrilla ya no está en el mismo lugar. Desde su llegada, y como consecuencia de la marea, la hemos desplazado unas cinco veces hacia el sur.
—¿A qué se refiere cuando dice «marea»?
Al escuchar su pregunta, quedamos todos boquiabiertos; incluso los más pequeños los miraron incrédulos. Y, sin más dilación, me dirigí al que había hablado de «mareas» y le contesté con una pregunta doble:
—¿Cómo te llamas? ¿De dónde eres?
—Me llamo Alfredo y soy de Palencia —contestó.
—Alfredo, sube rápido a mi barca —le indiqué—. Mientras vamos en busca de tu patín para remolcarlo, te explicaré lo que es una marea.
Mientras ambos nos montábamos en la lancha, las tres andaluzas de la sombrilla, al constatar que la pareja de Alfredo se quedaba sola, la invitaron a que se sentara junto a ellas y le ofrecieron agua. Aquel día hacía mucho calor: un espléndido sol brillaba sobre El Rompido y su espectacular ría.