La primera vez que pisé Andalucía fue en junio de 1967. Mi amigo Buixadé y yo —sargentos del ejército español— teníamos que presentarnos el día 1 de julio en el cuartel 73 de Artillería Antiaérea de Sevilla para hacer las prácticas de milicias. Así cumplíamos con nuestras obligaciones militares. Con el ejército teníamos pendientes cuatro meses de prácticas: julio y agosto de 1967, y lo mismo durante el año 1968, fecha en la que nos licenciaríamos.
Aquel divertido y ajetreado verano de 1967, nuestras estancias en el camping Catapum de El Rompido fueron numerosas. El brigada de nuestro cuartel en Sevilla (no recuerdo su nombre), una persona muy agradable y educada, pasaba el verano en Punta Umbría, pero no tenía coche. Cada sábado, al terminar por la mañana nuestras obligaciones militares, salíamos los tres —el brigada, Carlos y yo— de Sevilla en dirección a Punta Umbría en mi Seat 600. Su agradecimiento siempre fue inmenso, ya que cada sábado, puntualmente, lo dejábamos delante del bloque de apartamentos donde veraneaba con su familia, justo a la hora de comer.
Su gratitud fue tal que, cada semana, nos dejaba una tienda militar para que Carlos y yo pudiéramos acampar plácidamente en aquel maravilloso camping: el Catapum.
Procedentes de Punta Umbría y una vez superada la playa de El Portil, el Catapum estaba situado a la derecha de esta carretera ya en territorio de El Rompido; es decir, para ir a abañarnos a la ría teníamos que cruzarla. Cada año, su apertura coincidía con la Semana Santa y se cerraba en octubre. Pero era en julio y agosto cuando más ajetreo había, pues nos alojábamos en el camping hasta dos mil personas. Además de Carlos y yo, había numerosos campistas más que procedían de Huelva, Sevilla y parte de Extremadura.
Leí, en alguna parte que, en marzo de 2004 se dictó un auto por el que se autorizaba hacer efectivo el cierre del Catapum, la demolición de las instalaciones y el desalojo de los campistas, debiéndose llevar a cabo en el plazo de veinte días. Contra dicho auto fue interpuesto un recurso de apelación ante el Tribunal Andaluz, mientras los campistas denunciaban que el cierre y desalojo del camping obedecía a una cuestión meramente especulativa. No sé cómo termino el caso; sin embargo, me consta que, cinco años después (2009), el conflicto aún continuaba abierto.
A nosotros dos nunca se nos acudió pensar qué hubiera pasado si, en el interior de alguna de aquellas elegantes tiendas de campaña vecinas nuestras —normalmente de colores azul y naranja—, estuviera descansando con su familia un militar de alta graduación. Creo que no le hubiera gustado ver una tienda militar a su lado. ¡Bueno! Ahora, mejor no pensarlo. Allí, en el interior de aquella tienda militar color caqui y bajo los pinos, sin hacer daño a nadie, Carlos y yo pernoctamos un montón de fines de semana.
Por cierto, jamás recibimos ninguna crítica al respecto. El único que se refirió a ella fue el médico del camping, que si hizo un gracioso comentario bélico. Lo conocimos una tarde, debido a un embarazoso salpullido que le salió a Carlos en la piel. Una persona muy agradable, que lo atendió debidamente. Pasados los años, me enteré de que aquel joven y simpático galeno era el famoso rompiero Celso Pareja-Obregón.
Aprovecho la ocasión para recomendar sus inteligentes y divertidos comentarios sobre este camping y otras muchas cosas de El Rompido. Aparecen en un blog denominado COSAS MÍAS.
