No sé si conoce lo que es el movimiento slow. Yo, la verdad, no tenía ni idea hasta que el otro día escuché en la radio un reportaje en el que explicaban que se trata de una “corriente cultural” que tuvo su origen en Italia y como protesta ante la apertura –en 1986– de una hamburguesería de la cadena McDonald’s en la plaza de España de Roma.
A grosso modo, el movimiento slow propone una forma de vida más sosegada y que nos invita a levantar el pie del acelerador. Vamos, a ir más despacio y sin agobios. Si echamos un vistazo en Internet, resulta que ya existe en España un amplio directorio slow donde podemos encontrar ciudades slow, restaurantes slow y hasta consejos para practicar sexo slow, que sería todo lo contrario al “aquí te pillo aquí te mato”.
Después varios días de digestión slow, caí en la cuenta de que Huelva lleva décadas siendo pionera en esta filosofía de vida. Y hasta innovadora. Aquí tooooodo es leeeeento. Que decimos de hacer un aeropuerto… ¡Eh, tranqui!, que no hay prisa. Y ya llevamos 8 años. Que ya viene el AVE… ¡Uff!, con lo que cuesta poner una vía. Y ya ven la que se ha montado. Que ya tenemos la pasta para la presa de Alcolea… ¡Quilloooo, no agobies! Adjudicada y han pasado más de dos años. Que Chaves trae dos puentes bajo el brazo… ¡Para, para Manué! Y a Punta con atascos.
Me apuesto lo que quiera que no hay provincia en España más slow que Huelva. ¡Si hasta para llegar a Sevilla en tren echamos hora y media! Y eso si no se queda parado a mitad de camino. Así nos va desde hace años y años. Nos movemos tan despacio que cualquier periódico de los 90 reflejaría hoy las mismas “primicias” con las correspondientes sandeces de nuestros ‘abnegados’ políticos. Es la Huelva slow. O si lo prefieren, la Huelva pachorra que está todo el santo día quejándose en la barra de un bar y luego se tira slow a la bartola.