Se lo escuché a dos madres que estaban echando un café tras dejar a sus hijos en la puerta del cole: “¿Te has fijado en el cartel de la del PSOE? Le han sacado con la cara hinchada. Ésa se ha puesto bótox”. Nada más oír el comentario me acerqué a la esquina de mi casa donde el rostro de Petronila Guerrero acapara una de las pocas cabinas públicas que aún existe en la ciudad. Y tenían razón. De la noche a la mañana a la candidata socialista le habían crecido los pómulos casi de forma exagerada, supongo que a consecuencia de un bótox 2.0. ¡Qué coqueta! Y es más. A esta abuela de casi 60 años la han rejuvenecido tanto que me recordó a las viejas glorias de Hollywood que dedican sus años de retiro a combatir como leonas el paso del tiempo. O a la propia Sara Montiel que, dicen las leyendas, en sus últimas apariciones televisivas exige que se coloque una media en el objetivo de la cámara para disimular las arrugas. Sí, ya sé que exagero, pero no me negarán que la imagen de Petronila que han colgado en vallas y banderolas resulta tan artificial como un helado de Pitufo o un refresco de pétalos de rosa. Hasta me da la sensación de que le han estirado el labio para estirar la sonrisa. Fíjense cuando se crucen con su careto electoral… hay algo sintético en tanta amabilidad fotográfica. Así es Petronila, una inyección de bótox político en busca del voto, un objetivo casi obsesivo por el que es capaz hasta de mentir en su propia foto. Y si miente en eso… que no será capaz de hacer por una papeleta. A mí personalmente me da yuyu que una política de su trayectoria –con cargo público desde principios de los 80, parlamentaria autonómica y hasta presidenta del PSOE andaluz– permita que los chicos del márketing jueguen con su cara hasta tal extremo de convertirla en la candidata vóto(x) de cara hinchada y sonrisa sintética.