Recuerdo cómo mi madre, hace muchísimos años, nos llevaba a mi hermano Ernesto y a mí de la mano para ver la salida de la Hermandad de la Virgen del Rocío de Huelva aquella casi siempre luminosa mañana de jueves. Nuestros ojos de niños se iluminaban al ver a los caballistas, las carretas engalanadas, las mujeres vestidas de gitana, como se decía aunque ahora se haya puesto de moda lo de faralaes, mujeres que ya entonces empezaban a parecernos muy guapas, ¡y el Simpecado! dentro de su carroza tirada por bueyes con andar cansino y una cascada de avemarías que se desgrana a su paso. Años después me asomaba a la puerta del desaparecido Banco Exterior de España, en la Gran Vía, frente al bar Pelayo, para ver pasar a los peregrinos. Y siempre, antes y después, soñé con que algún día haría el Camino y me convertiría en un rociero de verdad. Lástima que los avatares de la vida, la profesión a veces, las prioridades que uno mismo se marca y, sobre todo, la distancia, fueran dejando aquel deseo de niño y adolescente en un difuminado recuerdo.
¡Y qué vueltas da la vida! Ahora, más de medio siglo después, me uno a la Hermandad rociera de Huelva, sin caballo, siendo mero invitado, pero haciendo el camino al fin y al cabo, como tantas veces soñara. Dispuesto a vivir con plenitud el gozo del paso por las arenas, el cruce del vado, la llegada mágica a la aldea y todos los actos religiosos que en ella se desarrollan, aparte de, claro está, como andaluces que somos, tomar una copa con los amigos de entonces y de ahora y disfrutar de ese ambiente festivo que tantas veces ensalzan los rocieron con el argumento, que es cierto, de estar contentos porque nos encontramos cerca de la Virgen.
El Rocío, estoy convencido de ello, es mucho más que una romería mariana, que una fiesta litúrgica, que una reunión de peregrinos pletóricos de alegría. A María se la lleva siempre en el corazón y acercarse a ‘su casa’ produce una satisfacción inenarrable, difícil de entender para quien no lo vive al menos una vez en su vida. Pero El Rocío, insisto, es mucho más que todo eso; es una manera de vivir y de entender la vida, es saber compartir lo que se tiene con los demás, sentirse unidos todos en una devoción común y querer ser mejores cada día, se consiga o no.
Cumplamos pues el sueño con el regreso a la tierra que jamás se olvida.
2 comentarios en «TRES CALLES
¡Rocío!
[Enrique Seijas]»
Querido amigo Manuel Enrique cuantos recuerdos refrescantes vas a llenar desde esta columna…Las tres calles… Cuantas nostálgias, cuantos recuerdos…
Que este tu primer Rocío te devuelva parte las hojas del calendario onubense que la vida te hizo ir dejando atrás.
Un abrazo
Gracias, amigo. Huelva siempre ha estado en mi corazón y trato, ahora, de acercarme más que nunca. Un fuerte abrazo de todo corazón.