Acaba de contabilizar monsieur Dominique de Villepin el número de detenciones que se producen al año en Francia por consumo de cannabis, el hachís del moro o la marihuana que vaya usted a saber de dónde viene o en qué huerto se ha plantado. Noventa mil, han sido las intervenciones de la policía francesa; noventa mil veces que, en lugar de preocuparse por asuntos verdaderamente importantes, han ocupado su tiempo laboral deteniendo y poniendo a disposición de un juez a un chaval al que han pillado fumándose un porro en el rellano de su escalera; o a un cincuentón pasado de años y de rosca que tiene unos tiestos con estiércol de gallina, imprudentemente asomados al balcón.
Villepin ve necesaria la legalización del consumo de cannabis, simplemente por el coste que para el ciudadano supone que haya quien guste de fumarse un canuto de vez en cuando. No es para tanto, pero es que, además, el hecho de que el hachís o la marihuana, estén perseguidos, supone un encarecimiento notable de su coste, que redunda en los ya de por sí notables beneficios que la patronal mundial del narcotráfico obtiene con la producción, distribución y venta de la marihuana.
El sector de las drogas, primera mercaduría internacional, por delante de las armas y el petróleo, no está dispuesto a que le birlen este rotundo e impresionante negocio, por lo que mantiene una red de políticos, jueces y creadores de opinión que saltan a las primeras de cambio. No a las drogas, dicen.
Si se diera el hipotético caso de que las drogas se legalizaran, ocurrirían lo siguiente:
1. Se reducirían los costes, eliminándose los extraordinarios beneficios que los narcotraficantes obtienen en la actualidad.
2. Se podría controlar la calidad sanitaria de estos productos, reduciéndose la alta morbilidad entre los consumidores.
3. Se reduciría la extraordinaria pérdida de divisas en países consumidores; como España, que tiene la dudosa marca de ser la mayor consumidora por persona y año del mundo en cocaína.
4. El consumo, sobre todo entre los más jóvenes, se vería reducido, tal como ha ocurrido en lugares como Holanda, donde se mantiene legalizado el consumo y menudeo en locales concretos y bajo supervisión del gobierno.
A pesar de los indudables beneficios que la legalización del consumo de cannabis, y de otras drogas, siempre bajo control sanitario y en lugares establecidos para ello, nunca se legalizarán. Hay demasiados intereses como para que el gran negocio que es ahora, el primero, se vaya al garete. La mafia internacional que controla el tráfico de estupefacientes, no lo va a permitir. Y sabido es que, donde hay patrón, no manda marinero. Por lo tanto, no se preocupen los adictos ni los consumidores habituales, drogas va a seguir habiendo siempre, nunca van a faltar, solo que las vais a tener que consumir, sin supervisión sanitaria y a precios abusivos, a esos precios que permiten, a las grandes mafias, ser tan poderosas como para poner el grito en el cielo, cada vez que se insinúe eso de legalizar el cannabis: No a la droga. Y tan contentos, oye; los mafiosos, tan contentos.
A partir de ahora, cuando un tipo muy circunspecto, monte en cólera cada vez que se habla de legalización, observen como se echa mano al corazón. Allí tienen la cartera y hay cosas que no se tocan. La cartera, entre ellas. No a la droga, dicen.