A más de un docente, de Madrid o de fuera de Madrid, se le han quitado las ganas de votar al Partido Popular después de escuchar o leer las declaraciones de la señora presidenta del gobierno de la Comunidad Autónoma de Madrid, doña Esperanza. El hecho de que a posteriori haya rectificado no hacen finas sus burdas palabras, su filosofía de taberna y escupitajo rebotando en el serrín. El daño, ya está hecho.
Igual ocurrió con ese cineasta gordito y con el pelo blanco, el que formó parte de la trama posterior a los atentados terroristas de Atocha para cambiar el signo electoral de unas elecciones que, en buena lógica, deberían haberse aplazado. Pero, no. Precisamente la labor impagable para Rubalcaba y sus muchachos, fue la de convocar una rueda de prensa, el tipo este que dirige películas, para anunciar, o denunciar más bien, nada menos que un golpe de estado que, a su entender, estaban preparando los dirigentes del Partido Popular. Muy fuerte.
Luego el cineasta rectificó, arrepentido vino a pedir perdón, pero ya el daño estaba más que hecho y las papeletas que contra todo pronóstico daban la victoria al Partido Socialista, contadas y recontadas. Son dos maneras de meter la pata, pero a conciencia y con un objetivo claro por delante: el vuelco electoral a favor de un partido que se ha caracterizado por la subvención y tente tieso, en el caso del gordito del pelo blanco, y el poner a los pies de los caballos a un colectivo, el de los docentes o enseñantes, para justificar unos recortes bestiales en Educación, en el caso de la tropelía de doña Esperanza. Aguirre por más señas.
La realidad es muy distinta de la que se comenta en las tabernas y en las peluquerías, los enseñantes no trabajan ni dieciocho horas ni veinte a la semana, trabajan muchas más. Tampoco trabajan las treinta y siete y media que marca la normativa, sino muchas más. Todavía más.
Un docente, al margen de preparar las clases, mantener reuniones semanales de tutoría y equipos educativos, asistir a claustros, a sesiones de evaluación, elaborar adaptaciones curriculares y programaciones, elaborar exámenes y luego corregirlos, y otras actividades que le llevan a invertir en su trabajo muchas más de esas treinta y siete horas y media a la semana, realiza actividades que no se contemplan en absoluto y que las hacen, miren ustedes por donde, por puto amor al arte.
Excursiones con los alumnos, a parajes naturales o a museos, a exposiciones o a anillar patos en las marismas; puesta en marcha de talleres de lectura o de grupos de teatro, asistencia a concursos matemáticos y mil quinientas cosas que no se podrían resumir aquí, pero cosas al fin y al cabo muy alejadas de mentalidades como la de doña Esperanza o como la del gordito del pelo blanco, que se mueven exclusivamente por sus intereses particulares y electorales, por mucho que luego, cuando el daño ya está hecho, rectifiquen y pidan perdón, un perdón que al menos por mi parte, no acepto en absoluto. De eso nada, monadas.
Veinte horas no son nada. Con veinte horas un docente no tiene ni para empezar a trabajar, a preparar sus clases e intentar, contra viento y marea a esos chavales cuya mirada limpia les llevan en los más de los casos, por mucho que haya excepciones, como en todos lados, a echar más horas que Colón en la Punta del Sebo, con el único fin de lograr que las futuras generaciones, quienes dirigirán este país el día de mañana, pero mañana mismo, no en un futuro muy lejano, tengan la mejor preparación y educación posibles.
Por último querría dar conocimiento a los pacientes lectores que han llegado hasta aquí, de una situación sangrante. En Andalucía, con sueldos muy por debajo de los que disfrutan los docentes de Madrid y de muchas otras comunidades autónomas, se tienen por lo general diecinueve horas lectivas, cuando no veinte. Y se gana menos, mucho menos. Pero ahí están los vilipendiados profesores de secundaria y bachillerato, aguantando el tirón, currando y teniendo que aguantar, cuando se tiene tiempo de ir a la taberna, el sempiterno tópico que reza: “que bien viven los maestros, siempre de vacaciones”. Coño, ¿pues entonces por qué haces las oposiciones y te pones tú a dar clases en un instituto, pedazo de …?