Estamos otra vez en recesión. Eso dicen. El crecimiento económico en España vuelve a ser negativo y eso se traduce en más paro, que es la única manera que termina resultando en un sistema caduco que algunos andan pidiendo a gritos que se cambie.
Mil y pico de personas en Huelva, o cuatro mil según los organizadores, y cifras similares si se ponderan con la población total en otras capitales de provincia andaluza. Poca gente, ya lo ven. En Huelva ni el uno por mil de la población, según la policía, más o menos como en otras concentraciones celebradas en el día de ayer. A las urnas el veinte de noviembre acudirán más, muchos más. Siete de cada diez o algo así. Más, muchos más que este uno por mil que asegura ser la democracia real, los representantes de todos los ciudadanos. Es evidente que hay que cambiar un sistema económico dominado por los grandes capitales, por la banca, las eléctricas y las nuevas empresas que los viejos empresarios han creado al socaire del auge de las tecnologías de la información y la comunicación. Hay que cambiar el sistema económico, pero el sistema político este que nos asegura y garantiza algo tan sagrado como eso de un hombre un voto, no.
Telépolis, la sociedad que viene, incluirá en su censo demográfico cifras superiores al veinte por ciento de personas en situación de paro congénito: mamado en casa. Uno de cada cinco ciudadanos no alcanzará una formación mínima para competir con garantías en las listas del paro. Serán parados de por vida. Al margen de ese veinte por ciento, o más, de parados sin esperanza alguna, habrá una cifra superior de ciudadanos que podrán alternar periodos de paro con otros en el currelo. Estos sobrevivirán algo mejor, pero no mucho mejor que los anteriores, que tendrán en un televisor vomitando partidos de fútbol y famosos discutiendo a lapos, un buen modo de entretenerse. Televisor, cerveza y porros. Eso es lo que les va a quedar a esos muchos ciudadanos de una sociedad enferma como la de esta Telépolis que se está terminando de construir, de definir, en estos procelosos años que vivimos.
Y mientras el futuro se modela de esta curiosa manera, con el desprecio al débil por bandera, los indignados de medio mundo salen a la calle vaticinando lo que se está cociendo a sus espaldas, en esas reuniones de gente importante en la que se codean Clinton y la reina de España, Bill Gates y el presidente del Real Madrid. Allí se está definiendo lo que viene, y lo que viene recuerda demasiado a los primeros siglos de nuestra era, a una Roma entregada a la molicie y a la violencia por igual, a un imperio que no resistió al primer contratiempo serio con el que se enfrentó: un gradual enfriamiento global de las temperaturas que trastocó el sistema económico, de base rural, entonces imperante.
Piensan los teóricos que Telépolis, la nueva sociedad global dominada por las tecnologías de la información y la comunicación, funcionará. Puede. Pero también puede que no, que esto sólo sea un sueño de quienes ahora todo lo tienen y cada día tienen más. A lo mejor el sistema económico no terminará de encajar todas sus piezas si la mitad, o más de la mitad, de la población no va a tener capacidad de consumo suficiente como para mantenerlo. Existe una posibilidad, aunque sea una, de que el sistema económico se termine de derrumbar. Este sistema injusto en el que los ciudadanos del primer mundo son cada día más pobres mientras una minoría cada vez es más rica, este sistema económico que fuerza a los pobres de los países pobres, a aventurarse a pie por el desierto o a cruzar el mar en una patera. Desesperados. No, creo que las previsiones de los sabios y los millonarios que andan definiendo la futura o no tan futura Telépolis, no se terminen de cumplir. Puede que todo esto explote.
De momento España está de nuevo en recesión y Alemania, la joya de la corona de la Unión Europea, está al borde del crecimiento cero. Ni la máquina funciona, ni los vagones marchan como debían marchar. Esto, si las ideas, que no el número, de los antiglobalización, de los antisistema y todos los demás, no se tienen en cuenta, tarde o temprano, va a explotar. Y en la explosión, como cuando Odoacro saqueó a placer Roma, no sólo cayeron los pobres. Los ricos, también.
2 comentarios en «EL DUENDE
Recesión
[Bernardo Romero]»
Bueno, llover, lo que es llover, lloverá. A partir del domingo, pero sólo agua. El maná se va acabando. A partir de 2013, cuando la crisis nos tenga afixiados, los de la UE nos lo dejaran claro, muy clarito: Se acabó lo que se daba, ahora a currar. A currar, sí, pero a currar dónde, o en qué… Ojú
Y encima no llueve