En Huelva han acaecido en poco más de veinte años tres sucesos terribles que tienen que ver con los niños. El primero fue la desaparición de la niña Ana María Jerez, 12 añitos creo recordar, a la que encontraron finalmente en la marisma decapitada tras haber sido violada, obra bestial de un sujeto que acaba de salir en libertad tras cumplir la mitad de su condena. Ocurrió luego lo de la gitanita raptada y quizá violentada también que ha dado lugar a tan arduo debate en torno a las penas y ha propiciado al padre de la víctima pasar de predicador a político. Y por último, ahí siguen desaparecidos esos dos niños que el padre sostiene, parece que contra toda evidencia, haber perdido casualmente en un parque cordobés. Demasiadas cuerdas para un solo violín, demasiado apocalipsis para una ciudad tranquila, en la que, como en la mayoría de las tradicionales, el crimen llegaba de tarde en tarde y marcaba un hito en la crónica local, y que ahora no acaba de entender las razones formales que la Justicia ofrece como explicación hipergarantista de los derechos del reo. ¿Tiene sentido poner en la calle a un sujeto que raptó a una niña, la violó y acabó por cercenarle la cabeza para dejarla abandonada en la marisma? ¿Lo tendrá si se beneficia de la misma manera el otro criminal que ahora empieza a cumplir su condena? Mucha, demasiada gente empieza a creer que no, que las penas deben cumplirse íntegras, en especial en casos como éstos que revelan una peligrosidad extrema del delincuente tanto como en aquellos otros perpetrados por individuos demostradamente irrecuperables, que la lenidad con que nuestra normativa trata a los criminales más feroces es, sin más, un estímulo para sus eventuales imitadores. Esta conmovedora crónica onubense deja claro lo urgente que resulta sustituir la noción vengativa de la pena por un concepto tuitivo de la misma. No se trata tanto de castigar a la fiera sino de evitar que ande suelta.
No creo, como algunas voces dicen en esa castigada ciudad, que ha sido precisamente esa lenidad, ese guante de seda que es el garantismo democrático, lo que ha permitido la proliferación de casos como los descritos. Pero no veo modo de replicar a quienes se quejan, incluso con desesperación, ante la imagen de ese asesino terrible al que desde ayer se le ofrece la posibilidad de repetir la suerte. Una vida en España no vale nada, en la práctica, y si no, ahí están los cálculos a propósito de criminales como De Juana Chaos. Pero, insisto, el toque no está en castigar sino en prevenir, y es obvio que hay personalidades a las que resulta imposible aplicarles el beneficio de la duda.
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(artículo publicado en el diario El Mundo)