(Texto: Bernardo Romero) El viernes la Peña Flamenca de Huelva recibía a una de sus antiguas alumnas que anda ya con carrera encauzada en esto tan complicado del cante. Rocío Márquez tuvo el detalle de volver a su casa y estar con los suyos, con quienes empezó a cantiñear en la planta alta, donde recordaba un pizarrón en el que la tiza anunciaba los estilos de fandangos a los que tocaba acercarse cada semana. La cantaora se emocionó en una noche que estuvo plagada de recuerdos y de ausencias, como la de uno de los flamencos de más tronío de esta provincia, Rafael Jurado, al que sus íntimos vislumbraban aún esa noche de recuerdos en los cielos de la Huelva. Un minuto de silencio por su alma pidió Eduardo Garrocho. Un minuto, lo que dura un fandango bien cantao. Luego Rocío Márquez se acordaría también del Málaga y de todos aquellos que de forma más directa le ayudaron en sus inicios, a pie del pizarrón con una lista que empezaba por Encinasola y seguía por Almonaster, El Cerro, Calañas, Valverde, Alosno y así hasta Rengel y el Comía, Rebollo y Paco Isidro, el Toronjo y Toscano, otro que se nos fue hace bien poco y que le dio un acento personal a todos los estilos de fandangos que él conocía y entendía como nadie.
En la sala estaban Mario Garrido y Ángel Romero, que se llenarían de orgullo cuando Rocío, la niña aquella a la que notaron una hermosa voz cuando no levantaba dos palmos del suelo, les nombraba y agradecía un tiempo que la cantaora guarda en los adentros.
Venía dispuesta a relatarnos lo que hoy es el nombre de Rocío Márquez en el flamenco más actual. Para eso se quiso acompañar de un guitarrista excepcional, de un artista llamado Manuel Herrera que cada vez que aparece por esta ciudad es para dejarnos el buen sabor de su gusto exquisito con las seis cuerdas, su toque certero, clásico y ajustado a la escuela sevillana de la que es hoy inmejorable y fiel representante.
Traer a Manuel Herrera fue un detalle de buen gusto de la cantaora de Huelva, como lo fue la manera y la cercanía con que se encajó en un espacio que sigue sintiendo como propio, y en realidad todas y cada una de las palabras sinceras del diálogo íntimo que estableció, desde un primer momento con el público. El resto de detalles los dejó sobre el escenario, gustándose y gustando en cada uno de los palos que interpretó; rompiendo todos los corazones cuando se arrimó, más aún, al público para lejos del micrófono cantarles por Huelva con esa voz que tanta riqueza cromática guarda, que es pura melodía y fuerza, sensibilidad y emoción.
Por Málaga principió su actuación Rocío Márquez en una Peña Flamenca donde era complicado encontrar un hueco; llena como hacía tiempo no se veía la sala principal de la institución flamenca. Luego se gustó en unos cantes de ida y vuelta con los que nos llevó a una Habana lejana en el tiempo y en las costumbres; y después a los madriles de los que Chacón cantaba por caracoles el ir y venir de los andaluces; y nos regaló unos cantes mineros que siempre lleva en su repertorio desde que se vino de la Unión con la lámpara minera metida en la maleta. Tangos, el conocido cuplé por bulerías que pretende llevar al artista a otros tiempos. Otros tiempos que no volverán por mucho que se quiera dar a cambio.
Otros tiempos que sobrevolaron la vuelta a casa de Rocío Márquez, una cantaora que ahora, en estos tiempos de ahora, tinta en letras grandes los carteles de los mejores teatros y auditorios. Cerró por Huelva, como no podía ser de otra manera, metiéndose en el bolsillo a sus paisanos, a una concurrencia que cumplió a la perfección la liturgia de recibir y reconocer a una de las suyas, a una niña que se fue queriendo ser artista, con una maleta con cuatro letras y una voz preciosa, y que ahora vuelve con un baúl que cada vez que la vemos cantar es más amplio, más serio y más certero. Esta niña, la nieta de Márquez, vale mucho. De pie, puso a la Peña el viernes, de pie y tocándole las palmas por Huelva. A la entrega de la cantaora, no se la pudo recibir de otro modo que cantando eso de Huelva, Huelva, Huelva.