En las últimas semanas hemos asistido al advenimiento de un nuevo líder mediático, una figura que ha alcanzado dimensiones políticas más allá de sus fronteras; un político que ha demostrado que atesora la magia que sólo manejan los elegidos, la virtud de aunar voluntades, ilusionar a las almas y conducir a las masas en la dirección correcta como la única posible. ¿Será duradero?
«El hombre normal» François Hollande, como él mismo se ha definido, es ese nuevo líder forjado a golpe de comunicación y cuidado marketing político. Expareja de Sègoléne Royal, frente a la que perdió las primarias de su partido en 2007. Tras el fracaso de ésta, sus esfuerzos se orientaron a reinventarse y modelar su imagen hasta convertirla en la del hombre de Estado que Francia necesita. Abandonó sus antiguas gafas, adelgazó y moderó su carácter bromista hasta transmitir esa actitud más calmada y serena, inspirada quizás en su referente Miterrand, y que Sarkozy apodó como ‘Flanby’ en alusión al flan de sobre.
La caída de Dominique Strauss-Kahn envuelto en escándalos sexuales auparon a Hollande al liderazgo socialista francés, sin experiencia en cargos importantes y con el único aval de ser diputado en la Asamblea Nacional y la Alcaldía de una pequeña localidad. Hizo fuerza de su procedencia burguesa y el pasado de extrema derecha de su padre, que le permitió diferenciarse de sus rivales de partido. Cómo Hollande se ha convertido en referencia de la izquierda europea, y alternativa a las políticas de austeridad impuestas por la recia mano de Merkel, es un prodigio de buen hacer en la fabricación de un líder y en la puesta en valor de sus programas.
La campaña de Hollande, que comenzó el 22 de enero en Le Bourget, vecina a París, ofreció desde el principio las claves de su discurso. Un alegato de estadista, entre lo humano y lo político, donde supo hacer suyo el imaginario de episodios épicos de la historia francesa y europea y vincularlo a los grandes valores de la izquierda, todo hábilmente modelado según “el arte de contar historias”. En definitiva una apuesta decidida por los discursos de los que fueron y son grandes líderes sociales como Kenedy, Luther King o más recientemente Barack Obama con su “Yes we can”.
El socialismo hispano pronto ha enarbolado la bandera de Hollande como propia, y sus éxitos como suyos. Pero Hollande ha sido el aire fresco, la alternativa francesa al errático gobierno de Nicolás Sarkozy, que ha pagado como muchos otros gobiernos europeos esta larga crisis a la que no ha sabido dar solución. Parecen obviar que el pagano de la crisis española fue Zapatero, y la alternativa a su gestión ya está materializada en Mariano Rajoy.
La habilidad del PSOE de presentarse ahora como alternativa de sus propias políticas es de jugada maestra, pues resulta ilógico erigirse en solución de una crisis que ellos gestionaron con traumáticos recortes y sin dar aplicación a ni una sola de las políticas socialdemócratas que ahora pregona el líder francés.
La autodestrucción de Sarkozy fue además muy similar a la que sufrió el Zapatero de la última época, aunque por diferentes causas, y el odio destilado hacía él se debió no sólo a la ineficacia en la culminación de sus políticas sino a su carácter prepotente, su inestabilidad, su hiperactividad pública y la improvisación de sus medidas.
“La austeridad no puede ser una condena” dice Hollande. El europeo está dispuesto a impregnarse de ese discurso “buenista” de falta de sacrificio, ¿y quién no?, ¿a quién no le tranquiliza escuchar que lo que disfruta puede conservarse, o incluso mejorarse con un simple golpe de voluntad política? Pensamos que nuestra acomodada y antigua sociedad europea está ahí por derecho divino y que los recursos son ilimitados, pero no somos conscientes de que nuevas economías emergentes van expulsándonos de nuestro «lugar en el mundo».
Claro que es más cómodo y agradable escuchar este mensaje que aquel que anuncia que no hay sostenibilidad sin sacrificio, y que nuestros estados no tienen ahora recursos para hacer frente a un bienestar cada vez más gravoso. El programa electoral de Hollande está construido sobre este discurso posibilista, y espero equivocarme y que sus propuestas abran un nuevo camino al renacer europeo. Pero con los números en la mano y un déficit del Estado francés próximo al 87% sobre su PIB veo difícil que se pueda llevar a cabo. La alternativa está servida, y el tiempo dirá.
Lo que es innegable es la capacidad de ilusión que ha despertado el líder Francés en la ciudadanía. La actitud de Hollande apelando a «la grandeur» de Francia, su cambio sereno exhortando a la unidad nacional me llena de envidia: “El cambio tiene que estar a la altura de Francia». Pidió a los suyos patriotismo y el abandono del rencor y el enfrentamiento.
Qué lejos también de los planteamientos de sus compañeros españoles. Este discurso de unidad nacional, de orgullo patrio, no sé sinceramente qué tiene que ver con la España avergonzada de sí misma y de buenos y malos que alienta la izquierda española. Esa es la diferencia entre un país con vocación de «Grandeur» y otro con interesados empeños en perpetuar el carácter cainita.
Fátima Reyes
Asesora en marketing y comunicación
@FatimaReyesD
1 comentario en «DESDE LA NUBE
Hollande versus PSOE
[Fátima Reyes]»
Estimada Fátima:
Compartimos el interés por el cambio de rumbo de política que el país vecino vá a experimentar. No dudo que el nivel económico francés, muy diferente del español, le permitirá plantear medidas de impulso económico que probablemente los mercados financieros no tolerarían en España o Portugal.
Por otro lado, está por ver si las expectativas con respecto a su influencia en un cambio de rumbo de la política europea también se cumplen. El eje conservador Merckel-Sarcozy podría virarse en alianzas hasta ahora poco usadas, como la germano-británica, o incluso con otros grupos nacionales. No olvidemos que los gobiernos conservadores campan por la Europa de la austeridad que devora uno tras otro a sus hijos, como una macabra reencarnación de Saturno.
Disiento sobre atribuir el cainismo a la izquierda española. El discurso de las dos espadas les viene muy bien a cualquiera de los dos grandes partidos para agitar a su electorado indeciso. Los dos tienen sus agitadores profesionales de campaña, que desaparecen hasta que hay que soltar una nueva cortina de humo para difuminar la atención cuando las cosas no marchan bien, o se pretenden aprobar medidas desagradables.
Como decía Maquiavelo, al poder se puede llegar por méritos propios o por desmérito de los demás. Hollande y Rajoy han llegado por el mismo camino, el fracaso de su predecesor. Y, como advierte el autor, lo que ágil se consigue, fácil se pierde, a no ser que se sea un hombre de extraordinaria valía. Confío que el país vecino tenga más suerte que nosotros con la valía de su nuevo Gobierno.
Por tenue que resultare el programa electoral francés, resulta chocante que se cuestione desde un medio español la viabilidad de las propuestas electorales cuando el gobierno actual ha hecho caso omiso a las que pronunció hace menos de seis meses. De hecho, las afirmaciones de que el partido popular ha cometido el mayor fraude electoral de la historia de la democracia no deja de tener una importante parte de razón, dejando en paños menores la famosa mentira de Felipe González con el referéndum de la OTAN. Denota una absoluta falta de respeto a los que tenemos la mala costumbre de leernos las propuestas, y creernos que ellos mismos se las creen. Haciendo esto es difícil criticar el voto automático de determinadas personas, o el voto cautivo, sin que a uno se le salten los colores.
Deseo, como siempre, que el cambio sea para mejor. Sarkozy ha sido víctima de su exagerado populismo, como tantos otros en el pasado. Confiemos que todos, incluidos los situados en el polo ideológico opuesto a Hollande, disfrutemos de una relajación de esta austeridad espartana sin sentido, muy lejana de la natural moderaciön y el fe equilibrio de las cuentas públicas que todos deseamos y compartimos. Se puede hacer todo, pero hacerlo tan rápido a lo peor no es el mejor camino.