Eran vísperas de la Semana Santa de 1974. A orillas del Lago Leman, está la bonita localidad de Cully, colgada desde los bancales de sus afamados viñedos, dispersas algunas heredades con sus casitas de típicos tejados en pizarra y múltiples e inclinadas vertientes, para liberarse del agua de la lluvia o de la nieve.
Cully era, en mis recuerdos, una más de esas pequeñas poblaciones de postal que nos muestra ese peculiar país que es Suiza. Invitado por un común amigo, cené en el pequeño apartamento donde residían Carmen, Luis y su mascota “Trosky”. Así conocí a Luis Fontcuberta y a Carmen, madame “Fontcubegtá” como le gustaba que la llamásemos todos. Este era un simpático matrimonio español, que residían en la neutral Suiza desde finales de los 50. No eran emigrantes pasados por el Instituto de Emigración. Sus maletas no fueron de cartón atadas con cuerdas; sus maletas, “ses valises” fueron francesas, como su acento y léxico eran franceses, no “voduás” (Cully está en el Cantón de Vaud).
Carmen y Luis se conocieron a finales de la Guerra Civil, eran aún unos mozalbetes que no alcanzaban la quincena. A pesar del apellido de Luis, Fontcuberta, creo que podría ser perfectamente valenciano o catalán, sin embargo su origen era madrileño al igual que Carmen, la mujer pegada a un cigarro. Ellos se conocieron en los últimos traslados que la Cruz Roja u otros Organismos Internacionales realizaron de niños y jóvenes a Francia, procedentes de ciudades evacuadas en plena contienda. Fue en su alojamiento al Sur de Francia, Toulouse, donde se conocieron. Recordaban con nostalgia aquella España que dejaron atrás….quizás para no volver, llegaron a pensar ellos. Lloraron mucho pues mucho fue lo que dejaron tras la frontera. Huérfanos de padre, caídos en el frente, vivieron luto, miedo, hambre y miseria. Sus mayores lucharon por la II República, luego muerte y luego no quedó nada….lágrimas, muchas lágrimas. Pero nunca vi en ellos rencor hacia nadie, sino nostalgia cuando de España se hablaba.
Después de Toulouse, a Lyon, allí recibieron a los alemanes del III Reich y volvió el hambre con la nueva Gran Guerra. Recuerdan su primer beso, cuando se retiraron las tropas alemanas. Las ventanas se llenaron de banderas, de mujeres acicaladas, de sonrisas, de gritos de alegría y a ellos de nuevo, las lágrimas, porque habían recobrado otra vez la libertad, pero no su Patria. He aquí el mérito de estos amigos compatriotas, querían a España más que nosotros mismos, que veníamos de “la España resurgida, Una, Grande y Libre”, de los “25 Años de Paz” y donde presumíamos de tener coche, nevera y lavadora.
Nosotros, aún muy jóvenes, estábamos ansiosos por que nos contaran cosas de la guerra, pero Luis y Carmen, solo nos hablaban de las próximas vacaciones que pasarían en España. De comer buen chorizo y jamón y no privarse de sol en las playas. Sus corazones eran republicanos, pero republicanos de verdad. Apenas recordaban como gobernaron Prieto, Azaña o Negrín la España Republicana, acaso por el desastre de la propia guerra. Pero conocieron la V República francesa, y comprendieron muy bien aquello de “Liberté,Fraternité et Egalité”. En eso coincidíamos todos, desde el más contaminado por la Dictadura al más liberal. Y esa fue la gran esperanza de todos: Que algún día España fuera gobernada democráticamente, en igualdad de derechos y libertades, sin odios y habiéndonos perdonado mutuamente.
Luis y Carmen ya lo habían hecho hacía mucho tiempo, solo querían conciliación. Es en honor de todos los refugiados, huidos, otros además presos de las tropas alemanas o ejecutados, que soñaron con una España en auténtica LIBERTAD, vaya este humilde y merecido recuerdo. Lástima que algunos ahora, quizás desde su ignorancia, estén olvidando tan cara lección generacional de las dos Españas.