Es curioso que de un verso de Góngora haya extraído Andrés Marín título e intención para su recopilación de gente de eso tan variopinto y poco objetivo como es la cultura. Así, en general. Y digo curioso lo del verso porque pertenece a la fábula de Polifemo y Galatea, que principia con una dedicatoria al conde de Niebla, personaje que no tuvo otro mérito que el de poner los cuartos para que el libro aquél se diera a la imprenta.
Es en los primeros versos, los de la dedicatoria, cuando por primera vez se tiene noticia de que el nombre de la ciudad de Huelva aparezca en un poema trascendente, sea por el autor o por el tiempo áureo en que fue impreso: Estas que me dictó, rimas sonoras, / culta sí aunque bucólica Talía, / oh excelso Conde, en las purpúreas horas / que es rosas la alba y rosicler el día, / ahora que de luz tu niebla doras, / escucha, al son de la zampoña mía, / si ya los muros no te ven de Huelva / peinar el viento, fatigar la selva.
El caso es que la “infame turba de nocturnas aves, / gimiendo tristes y volando graves” de las que en el dicho poema habla don Luís de Góngora, nos retrotraen a las metamorfosis ovidianas, y vienen a ser las que castigadas por Dionisios al no haber querido asistir a unas fiestas que en su honor se celebraban, fueron obligadas a saciar su apetito devorando carne humana. De hecho se zamparon a Hípaso, hijo de Leucipe, lo que les llevó a un nuevo castigo, el de ser metamorfoseadas o transformadas por Hermes en aves nocturnas: murciélago, buho y lechuza.
El verso de Góngora se ha utilizado y manejado en diferentes ocasiones. Después de la Guerra Civil, la gente del régimen llamaba infame turba a los intelectuales que eran contrarios a sus ideas y manera de entender el mundo; e incluso ahora se ha intentado volver del revés el calcetín llamando infame turba justo a lo contrario, a los escuadrones de la muerte que siguiendo las directrices de Mola y otros militares golpistas, sembraron el terror entre la gente de izquierdas durante ese conflicto armado y en los años inmediatamente posteriores a ello. Sea como fuere, infame turba ha llamado Andrés Marín a una obra que recopila a cerca de un centenar de personajes de ese cajón de sastre tan diverso como variopinto que se viene en llamar mundo de la cultura. Y más habrían sido de no haber echado el cierre la edición onubense de El Mundo, donde puntualmente estos perfiles se estuvieron publicando en la última del dicho suplemento, durante cerca de dos años.
La Infame Turba recoge pues a un conjunto de personajes que viven, unos, y malviven, otros, de eso que se llama cultura. Están todos, los que son artistas por la gracia de Dios o los que lo son a mayor gloria del régimen vencedor, este de ahora o aquél de ayer. Están quienes intentan vivir del arte sin conseguirlo, o quienes han vivido con sobrada holganza del arte de los demás. Están los gongorinos que dedican su obra al mejor postor, y los condes nebulosos que ponen la pela, como aquel lejano noble que peinaba el viento siempre borrascoso y amenazador que de Huelva llegaba a sus almenas, y por si ello fuera poco, fatigaba la selva como si tal cosa.
En la obra de Andrés Marín aparece todo un conglomerado de individuos que conforman eso que se llama cultura local, en la que faltan algunos que al cierre del periódico estaban ya en el tintero de Andrés Marín, y otros que se marcharon de este mundo antes de que el extraordinario periodista onubense pudiera echarles el lazo. También están muchos que en estos años transcurridos desde el cierre de El Mundo – Huelva Noticias hasta ahora, han cogido el camino y ya no están con nosotros. Están todos o casi todos, pero sobre todo está la prosa exacta y medida de un periodista que es por encima de todo un hombre culto y sabio, un agitador capaz de introducir y destilar a toda esta infame turba en un único tarro de cerámica, un frasco como esos muchos que poblaban los estantes de la botica que aún da nombre a la calle en la que se presenta este miércoles una edición costeada por Cepsa y Caja Rural del Sur, modernos condes. El miércoles 19 de junio, a las ocho de la tarde y presentado por Juan Cobos Wilkins, Andrés Marín nos ofrece esta postrera suerte de pinceladas tan bien dispuestas nominada ayer en el tabloide y hoy en una hermosa edición diseñada por Víctor Pulido, La Infame Turba.