Curzio Malaparte escribió sobre la miseria compartida de vencedores y vencidos. Porque la guerra, decía, es una vergüenza. Una vergüenza moral, más allá de la devastación y la ruina. El ser humano es capaz de todo con tal de salvar su pellejo. Por la victoria, el hombre, y la mujer, qué caray, ascienden a lo sublime y bajan a la muerte infame.
En Egipto, los militares reeditan sus misiones salvíficas. Los egipcios se mueven entre los héroes libertadores de uno u otro signos políticos. Sin embargo, no se fían. Sus libertades se estrechan en la fina epidermis de una democracia tan endeble que se impregna de la víscera de la dictadura. No pocas veces, el imperio de los muertos atropella a los vivos. Los valores se deslíen como azúcar en la leche hirviendo. Los fascismos se acercan a los barrios alentados por los olores de la depravación. Igual que los coyotes se alejan del bosque seducidos por los residuos de los pobladores cercanos.
Tiempo de confusiones. La grandeza y la bajeza humanas se reúnen poseídas de un instinto animal que cae en la abyección, en el envilecimiento. Basta girar la cabeza y lanzar una mirada en derredor. Estamos solos. Enfangados en nuestro presente y temerosos del mañana. La enfermedad es el miedo a elegir, a
plantarse. La ciudad se cierra y los guardianes se aíslan en torres de marfil.
El individuo abdica de su soledad y se introduce en el frasco del colectivismo que hace disuadir al pensamiento.
Acaso no haya más verdad que el silencio. Ni más felicidad que la afasia. Ni más dicha que la renuncia. Sin embargo, siempre nos queda la esperanza. La esperanza es eterna y se llama María de la solidaridad. Cuando la niña nace, se erigen nuevos pilares en la tierra. Poco a poco atisbamos luces de encuentros. La cuarentena deja paso a la vida exterior.
La risa de Bretón. Me repugna. Es el extranjero sin compasión. No se arrepiente. Pero lucha por su vida. Existe porque está muerto. Vivimos esperando su hundimiento. Queremos su cabeza. La venganza la reclamamos caliente. El proceso se retransmite entre anuncios de colonia cara y en ambiente festivo de vacaciones. Asistimos al final de un miserable al que se odia más que a su crimen.
Entonces… La piel de la discordia.