Los nutricionistas suelen coincidir en que la obesidad viene a ser, en no pocas ocasiones, resultado de lo que llaman “efecto postre”. El homenaje de dulce que suele subseguir al almuerzo, por opíparo que sea, es el desencadenante de calorías que terminan por inyectar grasa en nuestro flotador abdominal.
En la vida social y política, ocurre algo parecido. Un negocio no se cierra en el transcurso de las negociaciones ni en las mesas de comidas de trabajo. El éxito del contrato tiene lugar en las carnestolendas finales. Del mismo modo, en las transacciones políticas. Si alguien cree que los grandes acuerdos entre los partidos se forjan en el hemiciclo del Congreso, apéese del error. La trastienda de cualquier tipo de pacto es la cafetería de un prestigioso hotel de cinco estrellas o el boudoir reservado de un establecimiento chic o el salón de la mansión privada del intermediario de turno. En las Cortes se oficializa el trato. Las ceremonias tienen eso que el Barroco supo elevar a la categoría de arte: la escenografía del dorado.
Algunos titulares de prensa trasladan a sus lectores la idea general de tristeza por la decisión del Comité Olímpico Internacional de eliminar a Madrid como sede de los Juegos de 2020. La decepción puede ser compartida como síndrome de un engaño multitudinario que se ha basado en la idea de que la capital de las Españas se revelaba como el templo ideal para albergar a la élite del deporte mundial. Hasta ahí, bien. Sin embargo, que algunos periodistas desinformadores aludan a las inescrutables razones de la Corte Olímpica, suena a cachondeo. De inescrutable, nada. Los ajustes y las componendas comportan arreglitos y las cláusulas del concierto se redactan en los camarotes de los yates de lujo o en las suites presidenciales de los siete estrellas de Dubai.
Los
arrogantes miembros del COIU pueden visitar Madrid, Estambul o La Conchinchina.
El turismo pagado en residencias suntuarias es un acicate más en la función de
los sátrapas del olimpismo. Cuánto vale su voto es la cuestión a dilucidar. Ese
precio no se presenta en plica cerrada ni se modifica en razón de los mensajes
que se lanzan en el oficio solemne de la designación de sede. Por favor. Las
estipulaciones del compromiso han sido firmadas con notorio adelanto. La
noticia es el postre de un pantagruélico festín que se ha ido degustando
durante años.
Si Madrid persiste en su intención de convertirse en sede, aprenda esta lección. Y
si, por el contrario, confunde el oro con su apariencia, se pegará de bruces con la dura consistencia del hormigón armado que envuelve la cara de los sujetos del comité que se pasan la verdad por el aro de sus intereses personales.
Ya les digo. El efecto postre es el reconocimiento de un festival gastronómico de
altísimo standing. La puesta en escena final recompone los efluvios de los gastrónomos. Así nos va.