Hemos hablado tanto de cambios que seguir insistiendo en ello aburre a la mayoría de los ciudadanos. Tanto se ha dicho que las cosas iban a cambiar y en tantas ocasiones con resultados tan pobres, que todos nos preguntamos si merece la pena seguir en la línea. ¿Quién ha olvidado aquel lema de campaña tan bien logrado del PSOE en las elecciones de 1982 que encumbró a Felipe González al poder?
Es verdad que nada cambió en la línea de las cosas absolutas pero tampoco se negará que en muchas formas hubo un antes y un después de ese momento. La cuestión es que si, a pesar de tantos y tantos incumplimientos y de tantos y tantos cambios que nunca se produjeron, debemos renunciar al intento. Para los ciudadanos, no basta con que se nos diga que las cosas van a cambiar, que se pretenden variar las administraciones o que la gestión de esta o aquella materia va a ser distinta si no se nos aportan fórmulas o datos de cómo se pretenden realizar. Mucho menos podrá resultar creíble una promesa de cambio si viene abalada por formas de gobernar o por personas que ya tuvieron su oportunidad y no lo hicieron. Cualquier asomo de cambio en políticas repetidas y pesadas para los contribuyentes a medida que se acerquen las elecciones no son cambios, sino propaganda electoral.
Por muy aburrido que a los ciudadanos les suene lo del cambio, no se pueden mantener en el silencio ni en la inacción. El conformarse con las cosas o es dejación de responsabilidad o es conservadurismo. Y no tiene que ver con la edad: se puede ser muy conservador a los 18 años y muy dinámico a los 60, 65, 70, etc. -evito a propósito el término progresista por el tufillo a trasnogobierno andaluz que lleva). La naturaleza de las cosas tiene que cambiar por génesis, por principio, por genética. Mantenerse en que todo ha de seguir no sé qué modelo divino, qué estado de gracia preconcebido u orden natural de las cosas, es engañifa para mantener estructuras que benefician a personas o grupo de personas. Además, ese orden no es más que creencia personal que se pretende extender como norma general, igual que un dogma. Así, cambiar es natural. Todo es perfectible y cuando lo existente pesa como una losa, la renovación es un deber.
Los ciudadanos tienen que promover el cambio que es tan necesario y es mi punto de vista que, en modo alguno, va a proceder de ninguno de los partidos que ya conocemos en el orden onubense, andaluz y estatal. Quizá en esos partidos haya personas que son válidas como tales -conozco en Huelva a más de una-, pero quedan inhabilitadas como gestoras de cambios porque se deben a las políticas partidarias que todos conocemos. Nada que no venga de ciudadanos para ciudadanos puede admitirse ya. La promoción y acción del cambio no puede tener más procedencia que esa. Me repito, pero bueno es entenderlo así: renovar las políticas y las personas que la ejercen es un fin que no puede esperar más y, cuando digo personas, hablo de quienes se debe a los partidos e ideas que nos tienen aquí. No hay confusión posible.
1 comentario en «EL LABERINTO.
¿Por qué cambiar?.
[Javier Berrio]»
Estoy en la seguridad de que vas a acertar en dos cosas: Las promesas electorales ¿para cambiar el qué?, que luego quedarán en la nada, en el más absoluto silencio de los correspondientes aparatos de partido; y como el ciudadano ya está muy escamado, posiblemente una abstención mayor que nunca, cercana al 50% o más. Solo volver a los principios básicos de la DEMOCRACIA (con mayúsculas), podría atraer a las urnas a ese 50% de presuntos abstencionistas. Como nadie quiere abandonar sus viciados y arcaicos barcos (leáse partidos), esa recuperación democrática tendría que venir de una unión de movimientos, surgidos de entre esa especie de caos que son «las masas» tal como las definió Ortega y Gasset, buscando de nuevo la luz que la partitocracia nos ha hurtado. ¿Quién va a iniciar ese nuevo movimiento o renacer democrático, sobre bases auténticamente democráticas?