Sobre la Marcha de la Dignidad, suscribiendo o no todos los términos de su manifiesto, creo que hay cuestiones que son sencillamente de humanidad, ni tan siquiera del tan repetido sentido común que todos queremos en política. Sencillamente, el sistema ha sobrepasado con mucho lo sostenible por muchos ciudadanos, no digamos ya en el orden mundial, que apesta, como siempre, a mal disimulados bloques y pobreza y explotación e indignidad por todos lados. Pienso que el reformismo por sí sólo es insuficiente si no aspira a la superación final del régimen. No hay otra salida para la dignidad de los ciudadanos por muy poco concienciada que viva la mayoría o por muy buena voluntad que le pongan algunos.
Comprendo el énfasis que partidos como Ciutadans ponen en las reformas, pero no comprendo a dónde quieren llegar de verdad. Detrás de las reformas legislativas viene la actuación administrativa, y en ésa no hay concreciones porque puede esconder la aplicación de un liberalismo bastante duro. En mi opinión, el liberalismo, incluso el liberalismo social que durante largo tiempo he venido defendiendo, únicamente es posible en sociedades que se han dado un alto estándar de vida. Las que parten de profundas brechas sociales no pueden ser administradas por ideas liberales puras porque conducirían al cuerpo social a tal grado de división que sólo puede anunciar el enfrentamiento, antes o después, entre las capas creadas.
Siendo así, lo que se debe pedir a cualquier organización política de nuevo cuño, en el ámbito del Estado, de las
comunidades, las provincias o los municipios, es que primen en la gestión, además de la eficacia y la honradez, los principios del humanismo –no confundir con doctrina social de la Iglesia Católica, pues en política, laicismo puro-. Las políticas centradas en la persona no pueden ser más que esto: construir una estructura que además de llevar a cabo las políticas que beneficien a las mayorías, atiendan, desde las instancias sociales, a los individuos en sus dificultades materiales. Comprendo que no resulte fácil, pero tampoco es imposible y necesita la creación, en todos los niveles, de estructuras suficientemente pequeñas para que puedan conocerse no sólo los problemas generales, sino también los particulares y, así, las necesidades sean atendidas adecuadamente y las obligaciones con las diferentes haciendas puedan se puedan cumplir con la suficiente flexibilidad. Así si habría acercamiento auténtico de la administración a los administrados y en esos niveles, además de la sensatez, se podría aplicar la humanidad, que sin convertir a los políticos en filántropos –idea a la que ya casi he renunciado-, crearía las condiciones funcionarias necesarias para que esa atención se dé inevitablemente. A pesar de mis dudas sobre la bondad del hombre como especie, sí creo que la obligatoriedad de las leyes haría cumplir a los administradores –a los administrados también, con sus deberes y, el resto, con herramientas de vigilancia permanente sobre la actuación política.
1 comentario en «EL LABERINTO.
Humanismo versus sistema.
[Javier Berrio]»
Javier, no creo que por ejemplo en Suecia, nadie opte a una prestación social, y además la perciba, se ponga a vender fruta en la calle; a aparcar coches como los gorrillas, incluso con una tarjeta que ponga «Colectivo de parados», o incluso a jubilados (pásate por el Ambulatorio Virgen de la Cinta). Los problemas sociales en España, por desgracia son muchísimos, pero también es verdad de que no existe una estricta vigilancia respecto a los abusos como te he comentado, eso sin contar los respectivos Seguros sociales no devengados por las diversas Administraciones (cosa que es incomprensible desde los Pirineos para arriba), atrasos en nóminas, etc. etc. Habría que derribar «esa nueva muralla» tal y como cantaban los Kalchakis. En fin, otro día vendrá…