Como cada verano, incluso en uno tan atípico como el actual, recalo en el Principado de Cataluña por la belleza de su paisaje y por los afectos familiares. Como a fin de cuentas el 11 de septiembre y el 9 de noviembre son fechas tan cercanas, uno podría pensar que las conversaciones en los bares son las propias de la consulta por la independencia que Mas y Junqueras quieren sacar adelante. Pero no. Lo que alcanzo a escuchar en las ocasiones que he tenido oportunidad, es la queja generalizada por la cantidad de impuestos y el importe de los mismos que los ciudadanos de esta comunidad tienen que soportar. Y lo que escucho de ciudadanos desconocidos, es lo mismo que escucho de mis familiares y amigos residentes o nacidos en Cataluña. En general, los últimos, no quieren ni oír hablar del referéndum al que, mayoritariamente y caso de que se celebrase, no tienen pensado acudir lo que hace sospechar que si Mas desobediese al Gobierno y al Tribunal Constitucional, se encontraría con una mayoría holgada para sus tesis, ya que los suyos irían todos y de los otros, casi ninguno.
Cataluña es un país amable y acogedor, aunque bien es cierto que el carácter de sus naturales no es, el propio de los andaluces, abiertos hasta el extremo al primer contacto. También es el catalán un hombre que tiene claras las necesidades de cambio aunque los caminos elegidos o los objetivos escogidos no sean quizás los más adecuados. Pero bien visto, es la única parte del Estado español en la que en este momento hay un movimiento social en pos de algo, visto que el resto de los ciudadanos del estado viven bien cómodos con la situación que tienen o, eso parece, dado el escasísimo movimiento de protesta que se está dando. Ni que decir tiene que, en lo que respecta a Andalucía, la pasividad produce bochorno: nadie puede comprender que ni los recortes realizados por Madrid y la misma Junta de Andalucía no hayan elicitado una eclosión social en busca de mayor bienestar para el país. Andalucía sigue en la contemplación de sí misma con la satisfacción de ser lo que es y sin buscar salidas para su asfixia económica, política, ocupacional y social -mentalidad de tierra ocupada y resignada-.
Pero como digo, la conversación en tierras catalanas no versa sobre independencia, sino sobre la vida de cada día y las dificultades que las administraciones imponen a la misma. El gobierno Rajoy ha dejado escapar muchas oportunidades para reconducir o moderar la cabezonería de Mas y los suyos y haber atraído mucho más a Durán Lleida a postulados más centrados. Pero frente a la tozudez de Mas, la misma de Rajoy y la pérdida de la posibilidad de llegar a un acuerdo sobre una estructura territorial más viable en estos momentos. Por cierto, viabilidad en la que todos los territorios tendrían algo que decir, lo mismo que todas las formaciones que hoy tienen ascendencia social, desde PP hasta PSOE, pasando por CiU, PNV, ER, UPyD, Ciutadans, Podemos, etc. Y teniendo en cuenta que cuando hablamos de federalismo no tenemos por qué entender homogeneidad. El Estado nunca lo fue –recuérdese Navarra y País Vasco-. Los que tomen la opción del inmovilismo en la idea de que la Constitución del 78 es sagrada e inamovible, estarán prestando el peor de los servicios a los ciudadanos, a la paz en los territorios y a la posibilidad del crecimiento en común y por mucho más tiempo.