Las tarjetas, no precisamente navideñas, son la última tentación del poder. No son christmas. Sí rompen la crisma. Las tarjetitas negras de la Universidad de Cádiz forman parte de esta España oscura que se levanta pudorosamente pública y se acuesta lúbricamente privada. Aquello del mundo, el demonio y la carne se sintetiza, hoy día, en las actividades de los tarjeteros.
Uno se cabrea a diario cuando los palafreneros de la cosa pública defienden una cosa y hacen la contraria. Atacan a los gobernantes recortadores y silencian a los mangantes que subordinan los intereses generales a los gustos/gastos/gestos particulares.
En estas fechas tan señaladas, que decían los más cursis del lugar, las golferías, aunque fueren legales, sacan de quicio, todavía más si cabe, a cuantos españoles confiamos en la buena fe de nuestros rectores. No hay derecho a estos desmanes. No sólo atacan la ética sino que se ciscan en la moral.
El exrector de la Universidad de Cádiz ha puesto de manifiesto cómo se puede ostentar un título de honores y cómo se puede llevar el prestigio del honor al oprobio más atroz. El derroche de más de sesenta millones de pesetas en cuatro años clama en la conciencia de los profesores no contratados, en el bolsillo de los estudiantes que no pudieron matricularse por la decrepitud de su economía y en la credibilidad de una institución tan señera. Que determinados jerifaltes de la pública despilfarren el dinero de todos en muebles, comidas, viajes, copichuelas y otras mandangas del peor estilo personal, provoca vergüenza ajena. La desmesura emparenta con el exceso y se prostituye en la orgía. Ya decía Quevedo que el exceso es el veneno de la razón.
El caso de las tarjetas excava en la vergüenza de lo público, especialmente en tiempos de crisis social como la que nos maltrata. Máxime cuando gran parte de la comunidad universitaria conocía la praxis perversa. La legitimidad no ampara las legalidades cuando éstas no se arropan en las primeras. Lo peor de todo no es que se detecte el uso acaso fraudulento del plástico bancario. Lo peor es que se quiera tapar la porquería en vez de investigar los hechos y de depurar responsabilidades al estilo “blesa” o a la manera de “rato”.
Y si la opacidad tarjetera es costumbre, asimismo, de otros entes universitarios, trátese con el rigor preciso. Si tienen que rodar cabezas, que rueden. Tanto golpe de pecho por lo público y tanto demagogo amante de lo privado. Hay gente que se intoxica del veneno de los demás aunque no nos lo traguemos. Es preciso un arcoíris en la vida española. Aunque sea bajo la forma y el color de la podemitis. Que manda narices.