Del conjunto infinito de actividades humanas que conozco (estoy hablando naturalmente de las meritorias), la que tiene que ver con la construcción de la ciudad es una de las que más me fascina. En la ciudad hay de todo, en ella encontramos un sinfín de acontecimientos y mezclas: lo cultural con lo económico, lo poético con lo prosaico, lo global con lo local y, al final, lo lógico, muchas veces espantado y atacado por esporádicos ingredientes de mala suerte (o falta de inteligencia), acaba siendo la cosa más ilógica del mundo. Desafortunadamente y, como en otros muchos asuntos, el azar, también está muy presente en la evolución de la ciudad.
Sin duda alguna, lo más importante de la ciudad son sus espacios públicos (calles y plazas), estos son los que definitivamente la concretan y, desde de ellos, la podemos reconocer y analizar. A través de estos lugares y usando sus transportes públicos podemos recorrerla y disfrutarla; muchísimas veces, también lo hacemos como peatones o con nuestro propio coche, moto o bici. Vivimos en un barrio determinado y, en él, lo cotidiano simboliza lo estrictamente local, y cuando salimos de él para vivir de manera puntual alguna que otra práctica en alguno de sus centros (compras especiales, gestiones administrativas…) entonces vivimos la experiencia de lo global. Cuando una ciudad logra ‘ser ciudad’, detrás de cada una de sus calles y de sus plazas, se adivina la vida colectiva. Por encima de las modas y de los éxitos temporales, en todas las ciudades de verdad se convive; esto es lo básico: la convivencia entre sus habitantes. La mencionada concordia aumenta proporcionalmente a lo que la ciudad sabe ofrecer. Cuantas más respuestas se den a los ciudadanos, más expectativas se solucionan.
Lo estrictamente urbano nunca viaja solo. Un excelente marco físico jamás es suficiente. Una ciudad corporalmente atractiva, o sea, fotogénica, con buen clima, limpia, y con esplendidas arquitecturas, pero sin servicios, parques y equipamientos, no pasa de ser una ciudad encantada y vana. ‘Ser ciudad’ sólo se puede conseguir a través de planteamientos políticos inteligentes. Insisto, los buenos procesos de reconstrucción y ampliación de las ciudades sólo se pueden lograr a través de planes urbanísticos muy bien estudiados. Si el modelo de ciudad barroca fue el paradigma de lo bello y glamoroso (Paris, Viena…), en la actualidad, una ciudad que quiera ser ciudad, lo que de verdad ha de ser modelo es de convivencia. Me atrevo a vertebrar una trilogía conceptual básica a seguir para lograr que todas nuestras ciudades pasen a ‘ser ciudades’: 1.- dignificar sus periferias, me refiero a todos aquellos barrios extremos que no tienen ningún carácter ni atractivo, 2.- embellecer las plazas y calles y, así, recuperarlas como elementos de disfrute y 3.- buscar con ahínco su identidad global, o sea, su propia alma.
Vivir durante más de setenta años en una misma ciudad (la mitad de ellos con los ojos algo abiertos), y haber visitado muchas otras, induce a experiencias concretas, por eso adivino que, en cada una de las ciudades verdaderas que nos gustan, siempre existe un marchamo propio que las diferencia de las demás.