Me gustaría terminar esta trilogía sobre ciudades insistiendo sobre la belleza de lo que, inicialmente, se nos antoja casuístico. La libre y anárquica desenvoltura de los tejidos medievales llega hasta nosotros concretada definitivamente con algunas ayudas, es decir, la aparición de espacios públicos debido a la ‘desamortización’ (el estado expropia y vende propiedades de la Iglesia), las ideas renacentistas del siglo XV, y algunas cosillas más que, después, al final, explicaré. Estos factores, concretamente en Barcelona, ayudaron mucho, fueron tres hechos decisivos. También influyeron muchísimo los años extras en que esta ciudad estuvo amurallada. Durante los mismos se tuvieron que aderezar forzosamente muchísimas cosas, es decir, al ser la superficie del suelo de la ciudad una constante, se construyeron muchas viviendas (sustentadas a través de arcos de piedra) encima de las mismas calles. Un crecimiento forzoso que por suerte generó rincones estéticamente idílicos y que, a posteriori, han atraído a multitud de turistas (el petróleo de la ciudad). En pocas palabras, durante el largo tiempo (demasiado) que Barcelona se mantuvo amurallada, para subsistir, se diseñaron infinidad de nuevas viviendas.
Para mí, desde una perspectiva de análisis global, es decir, incluyendo Ensanche, pueblos del entorno anexionados y Forum (la última intervención), la verdadera joya urbana de Barcelona es su Ciudad Vieja. Una ciudad de 1854 años de edad que, empezando con los romanos, feneció con el derribo de las murallas; para mí, una ciudad extraordinariamente vertical y de gran belleza. He dicho vertical porque, al ser tan estrechas la mayoría de sus calles, la altura de sus edificios (normalmente de tres y cuatro plantas) parece descomunal. La avenida Lexington en New York (de aproximadamente 20 metros de anchura) con edificios de entre 80 y 100 metros de altura a ambos lados, a escala, expresa la misma proporción que muchos caminos de la ciudad vieja de Barcelona, es decir, calles cuyas anchuras significan la quinta parte de la altura media de sus edificios. Por eso, al igual que en ciertas partes de Manhattan, la luz en las calles de la Barcelona histórica juega un importante papel.
Actualmente, las bicicletas, los móviles, las zonas wi-fi, los museos, los comercios, los restaurantes, las escuelas, las viviendas y los turistas conviven en esta parte de Barcelona con muy pocos traumas. Si bien es cierto que la excelencia está aún por llegar, creo sinceramente que el camino (la metodología de trabajo) es el bueno. Este camino se trazó con el inicio de la democracia apostando por el Proyecto-Urbano, es decir, el proyecto que lo abarca todo. Cuando se apostaba por la rehabilitación de una insignificante pequeña plaza se pensaba simultáneamente y con rigor en el material a emplear en su solado, en su mobiliario, en sus desagües, en sus instalaciones, en su iluminación, en sus conexiones, en su personalidad propia (local), y en la suya respecto al resto de la ciudad (global)… Esta herramienta, este método de trabajo, aún persiste, por eso, al inicio de este artículo, al hablar de casuística, inmediatamente he querido matizar. Creo sinceramente que este método ha sido el causante básico de la marca Barcelona, de su imagen, de su éxito.