Una empresa sueca ha comenzado a implantar chips de identificación por radiofrecuencia del tamaño de un grano de arroz en la mano de trabajadores bajo la justificación de que les facilitará el desarrollo de sus tareas, eliminará el uso de las tarjetas de identificación de sus sistemas y servirá de prueba para la innovación tecnológica a la que se dedica específicamente la entidad. Para lo cual, coloca los artilugios entre los miembros de su plantilla introduciéndoselos mediante una jeringuilla entre los dedos pulgar e índice.
Seguramente habrá quien no se sorprenda mucho porque ya se ha preocupado de que a su perro o a su caballo le coloquen uno detrás de la oreja, o en el lomo, para su localización e identificación.
Personalmente no puedo evitar recordar los tatuajes que los nazis grababan a los judíos en el antebrazo para controlarlos y estigmatizarlos. Ni siquiera me gusta tener un número de Documento Nacional de Identidad con el que esta sociedad me convierte en una cifra para control policial, fiscal y censal.
En un futuro no muy lejano, si vamos por ese camino, un gran ordenador central supervisará si nos tiramos un pedo, cuántas veces utilizamos el baño, nuestra estadística sexual y, en el peor de los casos, hasta nuestros más profundos pensamientos.
Llevar un espía chismoso bajo la piel, posiblemente reprogramable a distancia por no se sabe quién, y también quedar expuestos a antojo de los hackers, se me antoja al primer día de mili, aquél en el que me pelaron, vistieron, vacunaron y cortaron la oreja para sacarme sangre al igual que a toda mi quinta, a fin de anular nuestra personalidad y conseguir androides que respondieran al unísono cualquier orden sin rechistar.
He de reconocer que desde el punto de vista sanitario pudiese suponer un gran avance el disponer instantáneamente de una lectura de nuestros parámetros vitales, y tal vez no fuese mala idea que se los encasquetasen a violadores, asesinos, delincuentes y corruptos en general para tenerlos bajo control, pero desde el punto de vista empresarial o institucional, me parece una barbaridad e intuyo que más de uno perderá una mano para que otro pueda atracar un banco.
Espero que la famosa frase “choca esos cinco” no termine convirtiéndose en “chócame el chip”; todavía pienso que la manera de dar la mano nos transmite más información sobre la persona saludada que la que pueda guardar este potencial enemigo alojado en nuestro interior.
El tiempo lo dirá y, posiblemente, nuestro chip lo contará.