Susana Díaz ha perdido la primera batalla en su intento de proclamación de presidenta de Andalucía. La derrota, a fuer de severa, estrepitosa. La guerra continúa. Una segunda sesión se presenta abierta. Al más genuino estilo de partida de póker. Las huestes de la señora Díaz están arrinconadas en el córner que separa su deseo de aparentar transparencia y su intención de gobernar con mimbres idénticos a los de décadas anteriores. Los del Partido Popular se secan el sudor y descubren, así, sus pobres cartas. Ciudadanos y Podemos se enzarzan en la lucha por mostrar –que no demostrar- sus voluntades de regeneración moral de la política, so pena los segundos de reeditar las maléficas acciones de la que denominan casta en tanto los primeros hacen funambulismo en la cuerda floja del quiero y no puedo. Por su parte, la gente de Izquierda Unida saca su artillería letal de pareja de baile despechada incapaz de asumir el repudio.
En este escenario de desquiciamiento del bipartidismo, hay que saludar la ligera brisa de pluralidad que irradia merced a la intervención, afortunadamente disruptiva, de Iglesias y de Rivera. Cómo de cansado estará el pueblo español de la indecente interpretación de PP y PSOE de la tragicomedia del turnismo a imagen de los infelices años de Cánovas y Sagasta, que el vuelco electoral se antoja como una bendición. Sin embargo, retratados los dos grandes, resta por conocer quién de los peces chicos se mete voluntariamente en el morral de los poderosos. En caso contrario, la posibilidad de nuevas elecciones en Andalucía devendría probabilidad flameante. El pulso entre Podemos y Ciudadanos reverberará en el panorama nacional.
Ese pulso medirá el grado de intensidad del esfuerzo físico y moral que verifique la aptitud y la actitud de las dos organizaciones emergentes. De esta manera se controlará el grado de autoexigencia de sus ideologías y la recuperación de los valores que nos venden. En este punto, quedará desvelada la realidad de estos grupos, desde la fortaleza de su estructura y de su organización hasta la calidad/dignidad de sus miembros y de sus cuadros/cúpulas, desde la objetividad de sus oficios previos hasta la aparición de oportunistas y mediocres que se mueven tras la senda del dinero y, sobre todo, del poder.
La habilidad de la izquierda para alumbrar partidos satélites es histórica. Los frentes populares dan fe de ello. La mejora de las posiciones electorales pasa por la firma de acuerdos y de alianzas cuya disciplina se registra en las oficinas siniestras de la opacidad defendida.
Iglesias y Rivera, que no Teresa Rodríguez ni Juan Marín, habrán de responder del pacto que suscriban con Susana Díaz. Y deberán evaluar qué beneficiaría más a Andalucía: si respaldar la política de Susana y de sus predecesores o si reprobar a ésta y a quienes la precedieron. El coste monetario de unas nuevas elecciones siempre será inferior al derroche del más de lo mismo.
Queda el as en la manga del PP. Nada me extrañaría que, al cabo, pastase en la dehesa de doña Susana. Cosas veredes.
1 comentario en «TERETES.
El pulso y el miedo.
[Paco Velasco]»
Un descansito antes de ir a la playa.
No, no hay ninguna guerra, ni desquiciamiento alguno por mucho que se empeñe el autor; que no entiende algo tan simple como una Democracia rabiosa. Que los partidos pasten o que existan oficinas siniestras no son más que imaginaciones procedentes de su Mundo Alucinante y Catastrófico.
Sigue atribuyendo a los demás todo tipo de insidias, convertido en el Tío de la Porra. Así: Susana Díaz desea aparentar transparencia con la intención de gobernar con mimbres idénticos a los de décadas anteriores; Ciudadano y Podemos luchan por mostrar –que no demostrar- sus voluntades de regeneración moral de la política; y la gente de Izquierda Unida saca su artillería letal de pareja de baile despechada incapaz de asumir el repudio.
Como Profeta de las calamidades es un poco patético porque los Ciudadanos no deben estar muy cansados cuando siguen repartiendo mayoritariamente su voto entre el PSOE y el PP; nada más alejado del turnismo al que se alude, que no tiene nada que ver con la Democracia.
Parafraseando el eslogan de la campaña electoral de Bill Clinton: ¡the democracy, stupid!
Y encima un álter ego.