El debate que se abrió en su momento sobre un posible cambio unilateral de la ley electoral, por parte del Gobierno del Partido Popular, se cerró en seco tras convencerse Mariano Rajoy de que no podía modificar las reglas del juego cuando el partido estaba a media hora de iniciarse.
Quien se atrevió a cambiar la ley electoral en su territorio fue María Dolores de Cospedal. El argumento esgrimido para hacerlo no fue otro que bajar el gasto de una administración como el parlamento castellano-manchego, que por arte de magia pasaba a tener, a partir de estos comicios de 2015, tan solo 33 diputados. El Constitucional avaló el cambio y también que dejara sin sueldo a los diputados de la oposición socialista.
Aunque el argumento esgrimido por Cospedal para disminuir el número de diputados fue el ahorro, algo que el ciudadano de a pie siempre ve bien, lo que en realidad escondía la reducción del parlamento castellano-manchego era el interés de que el reparto de diputados fuera tan mínimo por provincia que los partidos emergentes no pudieran entrar en el parlamento autonómico castellano-manchego. Cospedal estaba convencida de que si se lo jugaba todo en un mano a mano frente al PSOE la partida iba a ser suya.
Pero los cálculos que hizo entonces la presidenta castellano-manchega y a la sazón secretaria general del PP no tuvieron en cuenta el fenómeno Ciudadanos y la ascensión en votos del partido de Rivera en los últimos seis meses. Ciudadanos ha llegado para pescar votos en el mismo río al que van a pescar los populares. Y Ciudadanos pescó nada más y nada menos que 94.626 votos en Castilla-La Mancha. A pesar de ello, con la ley electoral del embudo inventada por Cospedal no ha conseguido ni un solo diputado en Castilla-La Mancha. Pero sí ha robado tantos votos al PP como para que en el reparto de tres provincias se pudiera meter Podemos.
Cospedal no pudo pensar jamás que al cambiar la ley electoral de su comunidad se iba a dar un tiro en el pie, cuando ella quería apuntar a la sien de sus adversarios políticos para liquidarlos, políticamente hablando claro está. La ley del embudo que inventó ha dejado fuera justo a Ciudadanos, la cuarta fuerza de la región (94.626 votos sin diputado que los represente) y la única formación con la que se hubiera podido poner de acuerdo para gobernar como la lista más votada que ha sido. Y por el embudo se le coló Podemos, la tercera fuerza, que con pocos votos más que el partido de Rivera ha acumulado tres diputados, los suficientes para mandar a su casa a Cospedal si apoya a los socialistas.
Que la ley electoral de este país precisa una modificación profunda es algo compartido por todas las formaciones políticas. Pero que sirva la lección de Cospedal para que nadie idee leyes del embudo o trajes a medida. Cualquier cambio de la ley electoral debe hacerse en la idea de que el mayor número de ciudadanos se sienta representado y no con la visión cortoplacista de cómo seguir en el sillón cuatro años más.