(Texto y fotos: José Luis Rúa) El Molino del Pintado en Ayamonte, ese rincón huido del tiempo y camuflado en medio de la marisma, abría sus caminos para permitir la presencia de la gente, de esa gente enamorada de todo lo que se antoja arte, de todo lo que suena a genuino. La segunda edición del Festival de la Luna Llena, se abría sin hacer ruido, para que fuera la noche quien ejerciera de juez supremo de tanto arte resumido en tan poco espacio y tan poco tiempo.
Mientras la luna asomó por el horizonte, el grupo flamenco “Las Migas” lo hizo por poniente, en una muestra de sincronización perfecta. Los sones, las luces y las emociones se fundieron como hacía tiempo que no lo sentíamos por estas latitudes. Cuatro mujeres, dos nórdicas y dos sureñas o dicho con mucho más rigor, dos catalanas y dos andaluzas. Fueron desmenuzando con ese estilo tan personal algunos de los temas de sus discos. Descubrieron las entrañas de ese estilo flamenco tan suyo a la vez que supieron mostrar los diversos registros de su interpretación de la música latina o cubana. Como si de una prueba atlética se tratara, fueron subiendo en intensidad, creando ese clima y esa atmosfera que envolvió a cada uno de los presentes y les hizo levitar en un mar de arte cargado de expresión y ritmo.
Durante el tiempo que anduvieron por las altas ramas del escenario, Las Migas, dejaron caer algunos de los temas más sorprendentes, desde la instrumentalización de esas sevillanas del siglo XXI, a la emoción hecha música con “Carmela” dedicada a la abuela de Alba o quizás esa interpretación en catalán dedicada a la luna llena. Y si el tiempo hizo un paréntesis y escondió el calor de estos días para mostrarnos un sorpresivo viento y un frio inusual, estas cuatro mujeres abrieron la ventana de los sentimientos para abrigar a un público entregado que supo integrarse en cada solicitud, o saltar al ruedo de la improvisación para en comunión festiva, hacer del Molino del Pintado, el mejor escenario de una luna llena azul.
Y estas cuatro mujeres, Marta, la sevillana y una de las guitarristas junto a la cordobesa Alicia, supieron darle un ritmo que nos sorprendió a todos. Mientras las delicadas notas del violín, extraídas por la mano de la leridana Roser, daban ese aire de misticismo y de máxima expresión con claras raíces andaluzas. Y todo por decir de Alba, la barcelonesa que lleva la voz, el baile y la esencia de las cuatro a su máxima expresión y que con su dominio de las tablas, transmite toda la fuerza del grupo a quien tiene la suerte de participar en uno de sus conciertos. Decir que es la primera vez que sonaban en Huelva. Por eso estando en esta tierra, se hacía necesaria la presencia de su productor, las tablas y la magia de su guitarra como esencia capaz de sorprendernos a todos. Raúl Rodríguez rompió la noche e hizo subir la intensidad de las melodías y frenar el viento de poniente. Una sorpresa y un disfrute muy bien digerido por quienes le hemos escuchado en otros momentos y en otros lugares.
La magia de la noche no se rompió y sí que supo, dejarnos el buen sabor de boca de un grupo que suena autentico y transmite en clave de magnificas vibraciones. Esperaremos poder disfrutar de nuevo de este grupo, en fecha no muy lejanas y antes de que sus ecos abandones las marismas de Ayamonte.