La recurrencia a la maldad dialéctica forma parte de quienes utilizamos, a veces, la lengua como un estilete frente a las razones más fundadas de nuestros interlocutores. Así, si a nuestro interés conviene, escupiremos en la cara de quien fuere, que es hijo de una sociedad y de una época huérfanas de valores, abortados en triste quirófano de la desesperanza, de la frustración, del absurdo vital que nos asfixia, del desencanto que nos acompaña e incluso de la autoalienación que nos imponemos para que la soledad sirva de refugio a nuestra sinrazón.
El que, en un mañana cercano, tengamos que soportar la losa de una catalanidad extranjera, subleva a no pocos que nos rebelamos contra el sinsentido de ciertos politiquillos carroñeros prestos a clavar sus afiladas uñas sobre la desvalida presa del pueblo a fin de satisfacer su afán de desgarro. El secesionismo rampante de Mas, Junquera y otros señores de la muerte de la historia me hacen rememorar la obra “El extranjero” del gran Albert Camus. Estos individuos se abstraen del problema social del desempleo, de la pobreza, de la desigualdad y del averno de la crisis y concretan su miserable acción en dedicarse a degustar el sabroso guiso de su mezquina existencia.
Agosto avanza, mórbido de calor e implacable en su prisa, hacia el otoño caliente que se cierne sobre nuestras vidas. Las aguas del océano de la verdad no limpian el veneno de las falsedades de los autores malvados del “España nos roba”. Los sentimientos por la madre muerta se disipan en la bruma del duermevelas. Las lágrimas de contento por el hijo que se espera se secan de súbito en la manchada toalla del sudario de la recién cremada en el horno de la perfidia de los vendedores de armas nacionalistas. Si no se respeta la ley, qué imparcialidad cabe del gobernante que delinque. Y qué consuelo se ha de esperar del perro extraviado. Algunas propuestas no son sino ambiciones de mamporreros degenerados por la verga del poder.
No espero ni arrepentimientos ni conmociones. Es mucho el odio que amarga al prisionero de sí mismo. Hay quienes se fortalecen en el castigo añorado de los masoquistas irredentos. Los recuerdos de la historia palidecen ante la voluntad del homicida enfermo que persigue desacreditar al cirujano imposible. Interesa llamar la atención por encima del desamor y de la insensibilidad. Así, aunque la deshumanización se haga dueña de la tribu.
Extranjero en la Casa propia. Anfitrión de las almas salvajes. Extranjeros. Acaso apátridas. Qué más da si hasta el caos requiere su orden.