Cuando antes de las elecciones de diciembre del año pasado todos escuchábamos hablar de la importancia de aquellos comicios, me atreví a decir  y a escribir que no tenían nada de cruciales puesto que en el Estado español habían sido múltiples los pactos necesarios para formar gobierno desde la Constitución del 78. Visto así, lo que sí ha quedado claro es la nula calidad política de los pensamientos hoy reinantes en el Parlamento y en los partidos que imposibilitan la formación de gobierno. Y, detrás de eso ¿qué se esconde? La enorme carencia de los liderazgos emergentes. Cuando hablo de liderazgos emergentes no me refiero únicamente a los de las nuevas formaciones, sino a todos aquellos que se han estrenado en las direcciones de sus organizaciones y han sido cabezas de lista de las mismas.

El PSOE erró en la elección de Pedro Sánchez como secretario general aunque, a mi parecer y viendo el trabajo realizado en Andalucía y su amagar y no llegar, peor habría sido el patriotismo de comedia de la Sra. Díaz. Aparentemente, Sánchez se ha instalado en un rencor creciente hacia el presidente de gobierno en funciones, Sr. Rajoy, al cual no debe perdonarle ser entre los líderes hoy existentes, el único que medio salva los trastos ya que sigue ganando elecciones y aumenta su número de apoyos en procesos consecutivos. Es sabido, por lo tanto, que el de Sánchez es un liderazgo fallido en dos procesos consecutivos de derrotas históricas socialistas y sin que haya tenido el pundonor de dimitir de su cargo.

Pablo Iglesias no se ha convertido en el conductor de masas que soñó ser y perdió su primera oportunidad de ser alguien en la política general española tras su negativa a poyar el acuerdo social-liberal de Sánchez y Rivera. En las segundas elecciones que llevamos celebradas, exclusivamente consiguió repetir los logros de la anterior contando con el concurso de IU, que en esa ocasión pasó a ser comparsa de los comunistas de la nueva política que son los miembros de Podemos. Ahí, además, en Unidos Podemos quedó diluido y fracasado el liderazgo de Garzón, aquel que soñara con una IU altamente representada en las Cortes Generales.

En cuanto a Rivera, solo podemos remitirnos a dos hechos muy clarificadores: pierde ocho escaños de unas elecciones a otras sin haber tocado poder y apoya, sin el menor tapujo, a dos partidos diferentes queriendo representar al centro liberal y regeneracionista que a duras penas puede reclamar. Su odio, también visceral al Sr Rajoy, puesto de manifiesto el viernes dos de septiembre en la tribuna de oradores, ha llegado a poner en peligro el pacto con el PP. El Sr.Rivera, perdida la virginidad tras dos comicios, ya nunca conseguirá esa mayoría capaz de arrebatar al PP su hegemonía del centroderecha español, entres otras razones porque, a pesar de sus esfuerzos por demostrar lo contrario, a Rivera se le percibe como un político de la frivolidad.

Los cuatro líderes que se estrenaron en diciembre y repitieron en junio, han fracasado en sus intentos de dar el vuelco a los cuatro años, casi cinco ya, de gobierno popular y no han logrado convencer a una mayoría suficiente de que una fórmula diferente a la de los gobiernos de centroderecha es posible. Así pues, cuatro liderazgos fallidos y carentes de contenido en un Estado que se desangra entre el separatismo y una situación económica más que insostenible para muchas personas, aquellas en quienes debería estar centrada cualquier  propuesta y acción de gobierno.