Todos convendríamos en que si nos preguntan por las fechas que han ido marcando nuestras vidas entre ellas se encuentra la del día grande, el de la boda, aquél en el que la unión de dos personas se convierte en una nueva situación de independencia compartida, la fusión de una pareja en un matrimonio en el que es fundamental que cada uno mantenga sus características, pero que la suma de éstas produzca esas chispas iniciales sin variar con el tiempo para que el motor de la felicidad sustente su constante devenir.
Sin duda, muchos, alguna vez, hemos deseado aquello que cantó Jorge Sepúlveda posiblemente antes de que yo naciese y tarareaban nuestros padres “Qué felices seremos los dos y qué dulces los besos serán… pasaremos la noche en la Luna… viviendo en mi casita de papel”, ¿por qué no? ¡Ha llegado la hora!
No deja de ser curioso que en una jornada repleta de felicidad y color vuelen como globos suspiros de tristeza… porque hay dos puzles que pierden una pieza, esa que emergió de cada madre y a bocanadas de senos, poco a poco, junto al esfuerzo de los padres, tras noches en vela y jornadas interminables han conseguido traer hasta la ceremonia convertida en una persona madura y, sobre todo, enamorada.
Vaya por delante que no solo se casan los novios, también se enlazan las familias que en adelante se reencontrarán en nacimientos, bautizos, comuniones y todo tipo de eventos.
Como quiera que Pepi Martín y Manuel Pedraza, los padres del novio, han conseguido con su bondad, generosidad y naturalidad que, en tan solo unos años, mi mujer y yo hayamos llegado a considerarlos parte de nuestra familia, mucho más que meros amigos, aparte de felicitarlos efusivamente y por supuesto compartir con ellos el gran día, osaré a regalar a los prometidos unos consejos, siempre desde el conocimiento de que algunos obsequios son un desacierto.
¡La vueltas que da la vida!, quién iba a imaginar una unión entre Palos de la Frontera, Morón y Mazagón, hay que vivir el presente y dejar que el futuro venga despacio, jugando, a su libre albedrío.
Los años te enseñan que el matrimonio no deja de ser un proyecto, algo así como una pareja en bicicleta, pedaleando en paralelo, si alguno o ambos alteran la dirección o, lo que es peor, chocan entre ellos, no pasa nada, nada es perpetuo, o lo mismo con un siempre inquietante “tenemos que hablar” se puede solucionar el desencuentro.
La premisa básica es que nadie es de nadie y lo contrario no conduce a nada, así y solo así, todo será cosa de ambos.
Cómo no sumarle veinte días a aquel “cada nueve de noviembre, como siempre sin tarjeta, le mandaba un ramito de violetas” desde el que Cecilia aconsejaba entre líneas decir “te quiero, a diario y a boca abierta”.
Mi más cordial enhorabuena a Pilar Rodríguez y Juan Antonio Pedraza, pareja envidiable, que navegan en la cresta de la ola, con toda una vida por disfrutar, una deseable juventud de belleza juvenil y suficiente tiempo por delante como para comprobar de primera mano lo que sus padres han superado en la vida para finalmente acompañarlos hasta situarlos a uno al lado del otro en la complicidad de que emprendan su vuelo de amor y libertad.
Os deseamos sinceramente, toda la suerte del mundo… y el más feliz de los esponsales.
Federico Soubrier García – Sociólogo y Escritor