Un 29 de noviembre, de hace quince años, nos dejó físicamente George Harrison, “el Beatle de clase turista” como le gustaba denominarse. Ya se sabe que las estrellas rutilantes, las de más peso mediático eran Paul y John. Pero con el tiempo se comprobó que los misterios que encerraba Harrison se iban desvelando sin hacer demasiado ruido. Pues que con la paciencia de un lama, y si encontraba hueco, soltaba una composición en los discos que se editaban: “Don’t bother me”, en “With the Beatles”; “I need you” y “You like me too much”, en “Help”; “Think for yourself” y “If I needed someone” en “Rubber soul”; “Taxman”, “Love you to” y “I want to tell you”, en “Revolver”; “Within you without you”, en “Sgt.Pepper’s Lonely Hearts Club Band”; cuatro composiciones en el “White album”, destacando entre ellas “While my guitar getly weeps”; dos composiciones en “Yellow submarine”; “Something” y “Here comes sun”, en “Abbey road”; “I me mine” y “For you Blue” en “Let it be”. Después de la disolución del cuarteto, y ya como compositor en solitario, editó una serie de vinilos que tuvieron un relativo éxito, sobresaliendo entre ellos el triple “All things must pass”, de 1970.
Se puede decir que no tuvo George Harrison una infancia demasiado agradable, en cuento a bienestar económico se refiere. Su familia vivía en un barrio obrero, siendo su padre conductor de autobús. Era el menor de cuatro hermanos, y en el momento en que por los muelles de Liverpool comenzaron a entrar los primeros acordes del rock and roll, se enfundó en unos ajustados pantalones embadurnándose de brillantina la cabellera. Y es que desde los trece años, en que se compró su primera guitarra, no paró de regalar a los vientos un sinfín de notas musicales. Se fogueó en unos cuantos grupos locales, pasando a actuar con los Quarrymen, junto a Paul McCartney y John Lennon.
Y vendrían los Beatles: Hamburgo con su consiguiente deportación a Inglaterra por ser menor de edad y no tener permiso de trabajo; The Cavern, un tugurio, bendito tugurio, lleno de humo y de música; Brian Epstein, que creyó firmemente en el proyecto y que además de mánager era un amigo; “Love me do”, que los catapultó al nº 1 de todas las listas; la conquista de los Estados Unidos; la “beatlemanía”, de la que renegaba porque según él “los habían convertido en un circo de pulgas”; el último concierto ofrecido en San Francisco; sus experiencias con el ácido lisérgico; el maestro hindú del sitar, Ravi Shankar… Que fue, sin duda, y a través de Shankar como George descubrió la espiritualidad de India y la palabra reveladora del Yogi Paramahansa Yogananda. Y Harrison impregnó de sonidos indios las grabaciones de los Beatles, algo que no agradaba en demasía a la sociedad formada por Lennon-McCartney.
Pero se impuso su categoría personal, el rico manantial musical de que disponía en su interior y que se desbordó con creces una vez que los Beatles se disolvieron. Su amigo Ravi Shankar le propuso efectuar una llamada de atención mundial, a través del pentagrama, sobre la situación por la que estaba atravesando en esa época su país, y George, fiel a sí mismo, no dudó ni por un momento en acudir a ese llamamiento. Se puso manos a la obra y logró reunir en el Madison Square Garden de Nueva York, en uno de los conciertos más intensos y emotivos que se recuerden, a Ringo Starr, Eric Clapton, Billy Preston, Leon Russell, Jim Keltner, Klaus Voorman, Jesse Ed Davis, Tom Evans, Pete Ham, Mike Gibbins, Don Preston, Carl Radie, Bob Dylan y un grupo de apoyo de vocalistas en el que sobresalía Dolores Hall. Era, nada más y nada menos que el concierto por y para Bangladesh: el hermanamiento de dos culturas sobre la superficie infinita de la música.
Atravesó George Harrison algunos baches emocionales, hasta que encontró definitivamente fuerza espiritual en la filosofía oriental. Antes de que el cáncer asomara por su vida tuvo fuerzas para tocar en un grupo curioso y en donde se juntaron artistas tan dispares como Jeff Lynne, Tom Petty, Roy Orbison y Bob Dylan. Los Travelling Wilburys era el nombre con el que se anunciaban. Hicieron varias giras y alguna que otra incursión discográfica. Se despidió con una de sus frases habituales de los últimos tiempos: “Todo puede esperar, salvo la búsqueda de Dios. Amaos los unos a los otros”. Y se cree que sus cenizas se esparcieron en el Ganges…