Mensaje íntegro del Obispo de Huelva, José Vilaplana por la Navidad.
Queridos hermanos y hermanas:
Cuando en nuestras familias nace una nueva criatura vivimos momentos muy entrañables en torno a ese pequeño, que centran la atención de todos. Uno de esos momentos llenos de ternura sucede cuando nos acercamos a la madre para pedirle que nos muestre a su hijo, que está arrullado en su regazo. ¡Enséñamelo! Le decimos, y, ella, descubriéndolo suavemente nos deja contemplarlo, plácidamente dormido o mirándonos por primera vez con esos ojillos nuevos que nos llenan de alegría.
Al dirigiros este mensaje navideño quisiera, queridos hermanos y hermanas, que en estas fiestas tuviéramos esta preciosa experiencia: acercarnos a la Virgen María para pedirle, – como hacemos en el rezo de la Salve–: “muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre”. Os lo deseo de corazón porque necesitamos redescubrir a Jesús, conocerlo mejor, amarlo más y servirlo más fielmente.
Nuestra Diócesis de Huelva es muy mariana, gracias a Dios, pero necesitamos que la devoción a María nos lleve a acoger al Hijo de sus entrañas. Decía el Beato Pablo VI que: “Si queremos (…) ser cristianos, debemos también ser marianos”. Es verdad. Pero no se puede ser auténticamente mariano sin ser verdaderamente cristiano. María nos lleva siempre a Jesús. En los Evangelios Ella siempre aparece referida a su Hijo, en todo lo que dice y en todo lo que hace.
San Manuel González, el Arcipreste de Huelva, decía: “Jesús se da a nosotros por medio de su madre y juntamente con Ella. María, Madre de Jesús, no se queda con Él para gozar a solas con su presencia, de sus miradas y del gusto de alimentarlo y servirlo y derretirse en éxtasis de amor sin fin ante Él, no. Ella lo guarda para que lo vean y lo agasajen y se lo regalen los pastores y para que lo adoren y obsequien los Reyes. Y, después, en Caná, Ella estará con Él para hacerle anticipar su primer milagro en favor de los hombres”.
Por eso, os deseo una Navidad sinceramente cristiana, en la que mirando a María, le supliquemos de todo corazón:
Muéstranos a Jesús, Luz del mundo, para que nos guíe en nuestros momentos de desorientación, cuando no sabemos qué hacer ni a dónde ir. Cuando experimentamos tanta inseguridad. Que Él nos guíe por las sendas del bien.
Muéstranos a Jesús, Príncipe de la Paz, para que nos enseñe a construir la paz en todas nuestras relaciones familiares y en todos los pueblos y naciones del mundo, heridas por la discordia y la guerra.
Muéstranos a Jesús, Hijo de Dios hecho hombre, para que nos mantenga firmes en la fe, alegres en la esperanza y más diligentes en el amor.
Muéstranos a Jesús, envuelto en pañales y recostado en el pesebre, para que lo reconozcamos y sirvamos en los más pobres, pequeños y desvalidos, que están cerca de nosotros y reclaman nuestra atención.
Quiera Dios que tengamos la sencillez y la prontitud de los pastores de Belén, para encontrarnos con Jesús, junto a María y José; los pastores llenos de alegría, volvieron “dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto”.
Quiera Dios que tengamos la actitud de búsqueda e inquietud de los Magos para entrar en la casa y ver al niño con María su madre y adorarlo.
Necesitamos, queridos hermanos y hermanas, adentrarnos en el misterio gozoso de la Navidad para recibir la alegría y la fuerza necesaria para afrontar con esperanza los desafíos de nuestro mundo.
Este año deseo recordar especialmente a dos grupos de personas: a los jóvenes que no encuentran trabajo. Pido a Dios por ellos y les animo a que no pierdan la esperanza, ni busquen engañosos refugios, que sigan desarrollando lo mejor de ellos mismos, sin dejar de formarse. Gracias a las familias que los sostienen con esfuerzo. Que todas las instituciones hagamos lo posible para darles la mano hasta que encuentren el lugar que merecen.
Pienso también, conmovido, en todas las personas afectadas por la violencia: las mujeres asesinadas, los muertos y heridos por atentados, y en esas filas interminables de personas que huyen de la guerra, saliendo de ciudades destruidas buscando refugio, especialmente niños y ancianos, cuyos rostros nos interpelan. Que el Niño de Belén abra corazones y puertas, para que estos hermanos puedan encontrar también el lugar que merecen.
Recordando lo que el Papa Francisco nos dice al terminar el Año de la Misericordia, deseo subrayar que: “Termina el Jubileo y se cierra la Puerta Santa. Pero la puerta de la misericordia de nuestro corazón permanece siempre abierta, de par en par. Hemos aprendido que Dios se inclina hacia nosotros (cf. Os 11,4) para que también nosotros podamos imitarlo inclinándonos hacia los hermanos”.
Concluyo mi mensaje repitiendo esta súplica: María, Madre de misericordia, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.
¡Feliz Navidad a todos!