(Texto: J.J. Conde) En esta fauna y flora que puebla la sociedad actual en la que la mayoría malvivimos, mientras otros que no tienen más rédito que el poder ficticio a costa de trepar y trepar se alimentan como verdaderos dioses, pulula o aletea un personaje de singulares características –a veces cómico, a veces trágico- al que se denomina bocazas, y que el diccionario de la RAE define como: “Persona que habla más de lo que aconseja la discreción”. Que en el caso de que el bocazas ostente un cargo de importancia, tanto a nivel de partido político como institucional, el individuo en cuestión adquiere una dimensión distinta; porque ya no se trata del compadre que viene de hacer tres chapuzas cobradas en negro (tiene que llegar a final de mes) y que se acomoda en la barra y tras tinto y tinto va largando lo que le viene en gana.
No. Este bocazas del que escribo, pertenece a esa élite de politicastros a los que les importa un huevo pisar cuellos con tal de irse encaramando al árbol de la abundancia; que si se puede llegar al ramaje más alto, tanto que mejor. Es una especie que abunda y que, de vez en cuando y con su perorata repleta de ego, es capaz de dejar en evidencia a sus mismos correligionarios. Pero ni se inquieta; puesto que a su discurso le coloca la etiqueta de “mis palabras han sido sacadas fuera de contexto”, pasándole el marrón al periodista de turno, y él al siguiente atril para seguir exhibiéndose sin reparos. Pues que, lo de primero yo, segundo yo y tercero también yo, conforma la bandera unicolor del tipo, de la que hace gala en aquellos acontecimientos que considera relevantes y de los que puede sacar tajada.
El bocazas, en sus delirios de grandeza, es capaz de establecer pactos hasta con el diablo. Y no tiene pudor ninguno el bocazas en sacrificar a la población, con tal de que los que se vienen haciendo de oro desde los años 60, contaminando a diestro y a siniestro, se sigan lucrando. Que no se le cae la cara de vergüenza al bocazas, cuando a los cuatro vientos proclama el buen hacer de la Junta en lo que respecta a la calidad de la sanidad pública andaluza, despreciando las manifestaciones que el pueblo andaluz, el llano, viene realizando desde hace unos meses para tratar de evitar, entre otros muchos casos, el que, por ejemplo: una operación de cataratas, en un solo ojo, esté en lista de espera 367 días y 3 horas, desde que se dio luz verde para la misma; o que un cirujano de guardia –magnífico en lo humano y en lo profesional, por cierto- me tenga que intervenir el pie izquierdo en una consulta que más bien parecía una cacharrería, sentado el pobrecito médico sobre un taburete oxidado y con rotos en su asiento… Así es el bocazas al que me refería, y en Huelva tenemos a uno de mucho cuidado.