Era octubre cuando todo empezaba. Un aventura que llevaba tiempo presente en el horizonte de sus planes. Una experiencia que había que encarar. Por ambición y por necesidad del momento profesional. Era octubre cuando Andrés Romero arribaba a México en busca de buscarse y de mostrarse, de crecer y de triunfar. Cuatro meses después, el objetivo queda cumplido. Era año de sondear, de descubrir, de abrir puertas, de dejar sentadas las bases para lo que tenga que venir en próximas ocasiones. Los hechos y los datos marcan una tendencia al alza del torero de Huelva en el país azteca: tres puertas grandes en las tres últimas citas de la campaña y alguna otra que se quedó en el camino por mor de los aceros, como la de la segunda tarde en Mérida. Pero también lo confirma la sensación de solidez adquirida que deja a modo de huella. Por eso el objetivo queda cumplido y Andrés Romero se marcha a hombros de México.
Fue complicado el primer toro de su lote, peligroso por momentos por cómo esperaba la cercanía de la cabalgadura para acometer. Apostó con decisión Andrés durante su faena, que inició con Rasineiro clavando dos rejones de castigo en un primer tercio que ya permitió comprobar lo que se acentuó después, como era la falta de ritmo del ejemplar de Puerta Grande. Lidia técnica y de oficio en banderillas, primero a lomos de Moura con el que dejó dos rehiletes. Se la jugó después con Espartano aceptando el reto que marcaba la condición del toro, en cuyos terrenos se desarrolló ya desde ahí el tercio, a lo que nunca le volvió la cara el jinete de Escacena del Campo. Terminó su actuación con Marlboro para clavar tres cortas muy reunidas en su ejecución y ajustadas en el momento justo de la suerte para que así fuera, lo que coronó luego con una rosa. Medió un pinchazo previo al rejón de muerte final. Eso y que tardara en caer el toro dejaron en una oreja el primer premio de Romero a pesar de la fuerte petición de la segunda por parte del público.
Otro trofeo, el segundo de la tarde, la vuelta de llave definitiva a la Puerta Grande, lo obtuvo el rejoneador de Huelva del cuarto ejemplar de Puerta Grande, segundo de su lote. Fue un toro agarrado al piso y, como tal, siempre a la expectativa. Pero era el último de esta primera experiencia mexicana para Andrés Romero y tocaba echar el resto, cerrar la campaña con el buen sabor de boca que merece el esfuerzo realizado y la evolución seguida desde aquel debut de octubre en Mérida. Comenzó la faena con Botero para ejecutar dos rejones de castigo tratando de espolear las reservas del astado. Tuvo Andrés que llevar siempre la iniciativa, como en ese primera banderilla con Davinci o en las dos siguientes que clavó con Atlántico precedidas de un espectacular tierra a tierra a escasa distancia de la cara del toro, reservón por demás. Hubo, otra vez, actitud y riesgo en esos dos cites y a la hora de ejecutar la suerte. Como en los dos pares a dos manos montando a Marlboro que siguieron después, de nuevo volcándose Romero sobre el morrillo de su oponente al que hubo de llegar todo lo posible en busca de su acometida. Un rejón y un descabello precisó Andrés para culminar su faena y recibir la segunda oreja que le aseguraba aquello a por lo que vino: salir a hombros de México…