(Texto: Javier Berrio) Todas las cosas que vemos están interpretadas a la luz de nuestros pensamientos. Esos pensamientos no son neutros. So juicios personales basados en nuestras experiencias, posicionamientos ideológicos, estados de ánimo, temperamentos, etc. Desde ese punto de vista, el mundo es la proyección de nuestra propia abundancia o escasez o como transcribió Hellen Shucman, autora de “Los regalos de Dios”, “el mundo que ves es la imagen externa de una condición interna”. Como en cualquier caso, el mundo que percibimos es caótico porque se basa en pensamientos caóticos, lo mejor, en principio, es renunciar a realizar cambios antes de haber desistido de los pensamientos sin sentido. De otro modo, nada cambiará para mejor, como bien podemos ver.
Muchas veces podemos pensar que cuando nos encontramos con las noticias por la mañana, las mismas son producto de la casualidad, pero en modo alguno puede ser de tal manera ni esas noticias pueden ser “reales” porque, si lo fueran, serían percibidas por todos por igual y, sin embargo, no es así. Cada cual percibe de un modo diferente, “juzga o valora” (el peor de los errores), de una forma distinta y toma decisiones a partir de esos errores básicos. ¿No os lleva esto a pensar que el mundo que vivimos no es real? ¿Cómo pueden las cosas ciertas estar sometidas a interpretaciones y a cambio? En las filosofías orientales, se mantiene que este mundo es una ilusión (maya), en la que todo es cambio excepto el hecho mismo del cambio. ¿Cómo puede el cambio ser real? ¿Y cómo pueden ser reales los objetos y acontecimientos sujetos a valoración? La verdad es inmutable pero, es cierto que vivimos lejos de esa realidad,
No obstante, lo último a lo que aspiro es a aleccionar a nadie ni a inducir a estados de conciencia diferentes a los de cada cual. Pero sí me gustaría que pensásemos en algo que me parece clave en nuestras existencias ciertas o ilusorias: el pasado, el peso extraordinario que tiene el pasado en nuestras vidas y que nos impide vivir el ahora en toda su extensión. Somos hemerotecas andantes. De esas imágenes, recuerdos y pensamientos pasados, puesto que hemos decidido vivir bajo el dominio del tiempo, nacen los miedos, rencores, pensamientos de ataque, inseguridades, culpas, celos, angustias, etc., aunque todo podría reducirse al concepto básico de miedo, el cual abarca esa totalidad. Creemos (creencias, siempre creencias), que ese vivir en el pasado nos prepara para un futuro mejor que en realidad nunca llega porque seguimos arrastrando pasado. Por otro lado, el futuro no es posible si partimos del hecho de que los seres humanos, en el mundo de la forma, solo tenemos “ahora” –bien visto, es el único aspecto eterno en nuestra idea de tiempo-. Pues bien, cada vez que estamos en ese ahora, seguimos ocupándonos del pasado: lo que me hicieron, lo que hice y lo que no hice y así, convertimos las consecuencias de aquellos actos u omisiones en algo que nunca trasciende y que ocupa la totalidad del tiempo que tenemos. Y es con esos pensamientos locos con los que a la vez construimos el mundo que estamos viviendo. Si cambiásemos nuestra visión e hiciésemos presente nuestro día a día, dejando atrás lo que ya no existe, prosperaríamos más en nuestros caminos tras alcanzar la paz interior. Además, el mundo también sería diferente.