(Texto: Juan Andivia Gómez) Sé que lo hemos pensado: El lobo miente en el bosque, después, se come a la abuela de Caperucita y un leñador le abre la panza y la extrae (viva, además); en otro cuento, aparece el “bullying” familiar, una madre que no quiere a una de sus hijas y, en algunas versiones, hermanastras que llegan a amputarse varios dedos con tal de que les quepa el zapato que les llevará a la corte. También hay envenenamientos y, como antídoto, una pobre, pero bella durmiente recibe, sin su consentimiento, el beso de un desconocido.
Hamelin, un flautista foráneo, secuestra a los niños de un poblado, el ogro hace barbaridades en “Pulgarcito”, una joven convive con siete adultos enanos pero solitarios y algunos padres abandonan a sus hijos, como en Hansel y Gretel; esto por no recordar a Barba azul o los zombis, extraterrestres, seres maléficos, ladronas de perros y padres que no pueden ocuparse de su prole en la narrativa, también cinematográfica, de la actualidad.
En cuanto a los clásicos, habrá que pensar como Jesús Callejo, en su libro Los dueños de los Sueños que, simplemente, aquellos relatos no iban dirigidos al público infantil, pero entonces por qué hemos seguido utilizándolos.
Una explicación puede ser que tras cada comportamiento truculento hay un mensaje de bondad que le sucede; con lo que se muestra así el bien y el mal, la perfidia, el horror y la belleza de los salvadores. Creo que ahora no se sostiene.
La razón puede ser la falta de actitud crítica ante lo que hasta los Hermanos Grimm pensaban que eran cuentos para los niños.
Como no cabe indagar en la intencionalidad de cada uno de sus autores y una vez destacadas las malas costumbres que se exponían, habrá que volver a relacionarlos con antiguos refranes que sí parecen desterrados, como el de “la letra con sangre entra”, aunque se le haya querido relacionar con el esfuerzo, el tesón y el valor de las cosas y no con la regla con que nos daban hace años en la escuela primaria, algún bofetón en la secundara (hace años) y las reprimendas familiares que se siguen viendo todavía.
Si, por ejemplo, la violencia de “Los juegos del hambre” y “Divergente”, pensadas para adolescentes, no se explota adecuadamente, podemos desviarnos de lo que su autora ni se planteó que quería trasmitir pero que, quizá a su pesar, trasmite, como Charles Perrault, o los Grimm, en los cuentos mencionados.
Es verdad que para tener un hijo no se pide cualificación (excepto la biológica y no siempre), pero una vez en el mundo, bien valdría saber qué se lee, qué les regalamos para leer, qué se ve, qué vemos, qué se sigue y qué se comenta, sobre todo esto, porque en este planeta global, cuyos habitantes tenemos acceso a cualquier tipo de información, hablar de todo es más necesario que nunca.