(Texto: Paco Velasco) Daniel Rovira sufre el síndrome de los paletos. Se cree inteligente y no pasa de listillo. Posa como star y apenas llega a meteorito enano. Se dice actor y no pasa de cómico de la legua.
El prohombre del celuloide barato confiesa sentir vergüenza de ser español. Sus neuronas le impiden fundamentar el porqué de tan desmadrada confesión. Se busca dos excusas arrastradas y, hala, a presumir de valiente y de comprometido. Valiente idiotez. Estúpido compromiso.
El sujeto forma parte del colectivo gregario que solía llevar un libro en la sobaquera cuando acudía al bar de enfrente a ver el partido de fútbol por la tele y paseaba la portada de El País a modo de bandera del pijoprogresismo. Comparte los titulares de la SER pero escucha las tertulias de la COPE. Se disfraza de negro al uso de la Sexta y esconde su afición a los cascabeles de la Trece. Elude el gimnasio aunque se aguija en la intimidad de su vivienda. Hostil a departir con las masas, busca ansioso su complicidad. Debelador de las fiestas, sucumbe a ellas.
Rovira, deje de revirar, de torcer, de engañar. Si algunas veces, algunas, hasta me río con sus patochadas. Si no tiene gracia, no se haga el gracioso. Y si la tiene, no traspase su límite. Bastante tenemos con Iglesias, don Pablo.