(Texto: Juan Andivia) Parece normal que en las ciudades pequeñas se pondere a sus escritores, incluso por encima de sus valores objetivos, si es que éstos fueran medibles. La realidad es que los reconocidos son muchos y, después, la verdadera crítica y no la de los amigos deja a cada uno en su lugar. El poema auténtico no se circunscribe a ningún territorio y, por lo general, sale de su casa para extenderse a la de todos.
Así debería haber sido, y no desespero, con las obras de dos poetas onubenses como Jesús Arcensio y Juan Drago, desaparecidos únicamente para quienes no les conocieron en vida o no han leído sus obras.
Igual ha ocurrido con Rogelio Buendía, JoséMª Morón, Paco Garfias y Abelardo Rodríguez, entre muchos otros, en Huelva; o Elena Martín Vivaldi, en Granada; Antonio García Copado, en Córdoba y JoséLuis Tejada, en Cádiz, por citar sólo algunos nombres y algunas provincias.
Tienen que ser sus familiares, si son capaces, quienes muevan los hilos necesarios para que se reediten sus libros o se hagan los estudios que merecen. Y es a propósito de esta circunstancia y del último autor citado por lo que escribo estas líneas, porque ha sido el hijo de JL Tejada quien me ha hecho llegar la obra de su padre Razón de ser, publicada por vez primera en 1967 por el Instituto de Cultura Hispánica y finalista del Premio Leopoldo Panero del año anterior, reeditada en una edición abreviada por la Diputación de Málaga en 1976 y, ahora, por La Isla de Sistolá, de Sevilla. Y me ha impresionado.
A José Luis Tejada se le recuerda en Cádiz, y me da la impresión que ni siquiera en el instituto que lleva su nombre, en el Puerto de Santa María, se estudia su obra, porque esto de los poetas de la llamada generación de los cincuenta es cosa curiosa. Por relacionarlos, se incluye a Valente, Gamoneda, Gil de Biedma y Ángel González, como más notables y a Ángel Crespo, Claudio Rodríguez, Carlos Sahagún, Barral, Caballero Bonald, Brines, Félix Grande, Fernando Quiñones, Atencia, Alcántara y otros. También se incluye a José Hierro, pero es que desde 1947 habría que incluirlo en casi todas las periodizaciones, lo mismo que al inclasificable Rafael Pérez Estrada.
Únicamente cuando estudiaba literatura española contemporánea en la facultad me hablaron de este poeta, pero muy de paso. También es verdad que nunca hay tiempo suficiente y que nuestra nómina de escritores es tan amplia que no cabían detenidamente en menos de cien horas (y eso cuando yo la cursé, porque ahora se imparten entre 45 y 60 horas, creo). Obviamente, no hablo del bachillerato, donde ni antes ni ahora se llega a la segunda mitad del siglo XX sin precipitaciones ni apuntes para salvar el currículo, que no la formación.
No entiendo cómo se sigue confundiendo la historia de la literatura con la esencia de la asignatura; y en esto coincido con Juan Bonilla que, en el prólogo de esta reedición del autor al que me refiero; y con tantos docentes que aman los textos y no las fechas.
Las generaciones van por barrios, modas, intereses editoriales y provincias. Con la fertilidad de nuestra tierra, se nos agotarían las páginas llenas de nombres.
Diferente sería si las antologías lo fueran de los mejores poemas de cada época y no de los personajes que, por estar en donde debían estar en el momento oportuno, salieron en ellas. Así y todo, siendo cualquier relación muy discutible, no comprendo que se ignore a José Luis Tejada.
Para la segunda entrega, dejo estos versos suyos, para que se pueda apreciar una migaja de su poesía:
Debíamos todos ir con cartelitos
que advirtieran: “Peligro de quererse”.
“Prohibido el paso al pecho”.“Zona oscura”.
“Alta tensión de amor”…