(Texto: Juan Andivia) Que la nostalgia es un error ya lo dijo Joseluis de Villalonga en un libro donde, supongo, contaría sus aventuras amorosas. Era un gran título.
Sin entrar en otras disquisiciones, la diferencia entre nostalgia y melancolía parece radicar en la resignación de la primera que lleva a un recuerdo, aunque penoso, pero aceptado y el abismo del sentimiento que indica la segunda. Es decir, con la nostalgia se vive, con la melancolía nos abatimos.
Siempre me ha gustado la interpretación de los versos de Jorge Manrique en la que cualquiera tiempo pasado “fue” se sustituye por “está” mejor. Es decir, lo pasado bien está así, pasado. Y sigo siendo de esa opinión, es cuestión de una coma.
En la actualidad, el profesor de filosofía del Instituto de Tecnología de Massachusetts Bradford Skow sugiere que el tiempo no avanza, sino más bien que todo el tiempo es siempre presente, por lo que el hoy, el pasado y el futuro coexisten como en un “universo de bloque”.
No profundizo, pero deduzco que si ninguna agua desaparece por completo del río heraclitiano, todo lo que hemos vivido sigue en nuestro zurrón. Por eso, si es así, convendría no hacer de la nostalgia más que otra de las razones por la que alegrarnos: En los casos terribles, por haberlos sobrevivido y, en todos, por haber tenido la oportunidad de vivirlos.
Reconozco que para mí las postales antiguas no pasan de ser una curiosidad, que desnudo las canciones de mi adolescencia de sus connotaciones, que acudo adonde habitaba el dolor igual que adonde fui feliz y que recuerdo todo lo bueno, aunque convivo con lo que me toca. Soy así, aquí y ahora y, aunque no creo que las experiencias del ayer sean reales, como puede deducirse de esa teoría del tiempo, sí necesito que existan varios compartimentos en donde colocar lo que fuimos, porque una cosa es que el pasado permanezca en la memoria y otra que lo confundamos con el presente (excepto en la literatura).
Y si la nostalgia es un error, el que convivamos con el futuro sólo parece otra ocurrencia de la filocronía.