(Texto: Juan Andivia) Siempre se ha dicho que eso de ponerle adjetivos a la poesía era mal asunto. Y yo lo creía hasta que he conocido el trabajo de personas como Marwan o Alejandra Martínez de Miguel. No se parecen en nada, son de generaciones distintas y hacen cosas distintas, pero ambos hablan de la poesía, desde puntos de vista muy diferentes a los habituales. Entonces sí es necesario usar los calificativos.
El primero es un cantautor y letrista consagrado; diría también que poeta si en general no se entendiera otra cosa con el término consagrado. Vive de lo que hace, que es llenar auditorios gracias a un trabajo previo de inundación de las redes sociales, durante años, de canciones mejores y peores y de acomodación a las iniciativas que se basan en atraer a los jóvenes a la literatura a cualquier precio.
Marwan es un gran recitador de sus poemas y un compositor respetado. Tiene una voz magnífica y lo que cuenta, a veces ramplona y otra veces estupendamente, es lo que ve en este mundo, que es el suyo, el de la juventud y el de quienes quieran abrir los ojos. Vida y palabras sencillas y música, aparato de comunicación (tiene 127.000 seguidores en twiter y 357.613 en facebook), alguna frase relumbrante y el convencimiento de que lo que hace merece la pena. Lleva publicados varios libros, seis discos, algunos discos-libro, muchos videoclips y, además de haber actuado en más de una docena de países, ha compartido cartel con Ana Belén, Víctor Manuel, Ismael Serrano, Fito Páez, María Dolores Pradera y otros. Es un profesional que hace vibrar teatros repletos de público de todas las edades, al que encandila con sus creaciones.
Alejandra es una joven, que ha terminado psicología y que actúa, lee poemas, tiene su canal de youtube y gusta a una juventud a la que no le importa si lo que hace es teatro, poesía, performance, spoken word, talent show, entretenimiento o provocación.
En realidad, se mueve en lo que ha dado en llamarse Poetry Slam, una manera de recitar textos, con gran afectación y mucho desparpajo en temas y formas, teatral y competitiva, ya que existe una sesión semanal en algunas grandes ciudades, eventos nacionales y ella es ahora subcampeona de España. También aprovecha los circuitos montados para que una poesía trivial pero con fuerza llegue a quienes tienen pocos años y probablemente no conocen a Quevedo ni a Antonio Machado. De aquí la necesidad, ahora, de adjetivar la poesía.
No basta con decir que la buena lo es y la mala, no; porque si alguien hace que un espacio se abarrote para escucharle y después esos admiradores vuelven a las letras de sus canciones y, en sus soledades, dejan el móvil, para pergeñar poemas o para escribirlos y crecer, entonces es que hay algo diferente al verso bien editado en papel de los autores que salen en los libros de texto, es que hay otros caminos de la poesía, quizá horizontales, interdisciplinares, pero que crean lectores que, con suerte, un día descubrirán a otros poetas.
La poesía visual nunca consiguió estos éxitos, quizá porque había mucha impostura, ningún esfuerzo y, al fin, seguía alojada en lugares cerrados y previsibles. Las formas nuevas desbordan y, aunque no sean lo mismo que el libro acariciable, o la lectura sosegada del propio poeta, o el recital de poemas inéditos o publicados, cada día nos sorprende y creo que para bien; si no, acudan a ver a Miriam Reyes o a Ángelo Néstore, y díganme qué calificativos les podríamos poner, además de fascinante.