(Texto: Paco Velasco) Como tiene que pagar la gabela a los nuevos señores feudales de la España rota, Sánchez se apunta ahora –vivan sus principios y mueran sus finales- al mantra de los “indepes” más “depes”: de rebelión nada. Ayer, Rajoy presidens, de rebelión, toda.
Pablo Casado ha puesto en evidencia, y bien ejemplificado, cómo Primo de Rivera mandó al garete –casi un siglo antes- la Constitución de 1876. El pueblo ni se coscó. Estaba la situación mundial como para filigranas reivindicativas. Entre la Revolución rusa y el problema marroquí, mejor calladitos. Para colmo, el toro de la conflictividad interna no tenía un pase. Y si encima el Rey Alfonso XIII fue partícipe y responsable del castañazo, –¿le sonará a Pedro Sánchez?-, miel sobre hojuelas. Su Manifiesto golpista, (“indisciplina social…; impune propaganda comunista; justicia influida por la política; descarada propaganda separatista…”), fue, en realidad, el golpe de Estado. Y no en Madrid, como Tejero, sino en Cataluña. No corrió una gota de sangre.
Pero golpe de Estado hubo, vaya que si hubo. Como hubo rebelión. Análoga a la protagonizada por Junqueras y los suyos. Solo que, en este caso, una importante facción de los mossos actuó como fuerza militarizada en tanto una turba, contumaz y organizadamente incontenida, escudaba la acción de los golpistas. Sánchez debía leer un poco más. Informarse mejor. Mayormente por no seguir haciendo el ridículo. Muy singularmente, para conservar esta Constitución democrática de 1978. No está el hombre por lo de aprender.
Ocurre que el señorito postinero disfruta tanto entre actores, influencers, talibanes internos y periodistas subvencionados, que el caprichito del menda nos va a costar la vida. A, mí, plim, dice, yo duermo en Monclovín, remedando el antiguo anuncio de colchones. Lo mismo Rajoy no quiso evitar la moción de censura para retratar a Sánchez en el golpe que estaba a la vuelta de la esquina. Lo mismo, pensó, se traga lo de indecente. De lo de irresponsable partícipe no me retracto.