(Texto: Paco Velasco) La Ley de Reforma Política de 1976 fue conocida como la ley harakiri del franquismo. La periodista Victoria Prego entrevistó al expresidente Suárez, allá por 1995, y le preguntó la causa por la que no se celebró un referéndum sobre el rey. La respuesta de Adolfo residió en que se temía que una posible consulta popular exclusiva sobre este tema obtuviese un resultado antimonárquico. En cuyo caso, la transición se convertiría en un camino de espinas que haría impracticable el fin de la dictadura y el advenimiento de la democracia.
En este contexto, el genio político de Adolfo Suárez se concretó, una vez más, en la redacción de dicha Ley de Reforma. ¿Y por qué? Por la sencilla –e inteligente- razón de que en la misma, de manera más o menos subrepticia pero basada en la realidad del nombramiento de D. Juan Carlos como sucesor en la Jefatura del Estado, se introdujeron los términos rey y monarquía. De esta manera, el subsiguiente referéndum para la aprobación de esta Norma comportaba el plebiscito de la Corona. Alguien esgrimirá que se trató de una escaramuza y no se podrá argumentar en contra. Del mismo modo, de contrario se argüirá que la ley es la ley y que la susodicha fue aprobada por una mayoría casi a la búlgara (94%), lo cual es incuestionable.
Sea como fuere, a pocos días del 42º aniversario de su publicación y próxima la celebración de la Constitución de 1978, los antimonárquicos y los antirrepublicanos van a encontrar motivos para el desafío dialéctico. Ojalá que ese pulso se quede en la palabra. Desde mi punto de vista, y dada la gravedad de la situación actual, mi opinión, pragmática, se resume en la consecución del sistema democrático para España. Un sistema democrático cuya Jefatura del Estado ha recaído en la monarquía. Una monarquía limitada por la Constitución.
Y si alguien me pregunta sobre si la prefiero a la República, mi respuesta no admite lugar a dudas. Sí. Un sí basado en diversas premisas. La primera de ellas, la neutralidad del rey. La segunda, la desgracia avisada de que una república en poder de podemitas, independentistas, proetarras y demás compinches del becerro de miseria acabaría en cuestión de meses con el Estado democrático. Democracia que, si bien con charcas, valoro como oro en paño. Servidor ha padecido los males de esa dictadura.