(Firma: Juan Andivia) ¿Hay algo más terrible que matar a un hijo o a una madre? y, sin embargo, hay monstruos que lo hacen, aunque todo el mundo sabe que se trata de un crimen atroz, de algo inexplicable y horroroso.
No creo que la legislación arregle o desarregle, aumente o disminuya las intenciones de estos psicópatas. Desgraciadamente, de vez en vez nos toparemos con un suceso terrible de esas características.
El caso de la violencia machista es bien distinto. No se trata siempre de desequilibrados mentales, sino y por lo general, de muchachotes integrados en una sociedad que, como se ha visto en el caso de La manada, hasta son comprendidos.
Sin reflexionar demasiado, el diagnóstico está claro: tener mentalidad de hombre tradicional, la masculinidad, el uso de la fuerza, la represión de los sentimientos, las exigencias (creídas) y los derechos biológicos. Sí, la educación, pero no la de decirles a los chicos que eso no se hace, que eso no se toca, sino la de cambiar por completo el modelo, el paradigma, dejar de asimilarlo al macho, olvidar el paralelismo con el reino animal y, desde la familia, desde la familia hacer que esas criaturas que nacemos con unos genitales externos podamos emocionarnos, no jugar al fútbol, no tener armas de juguete, no oír nunca “los hombres no lloran”, “mariconadas”, o la alabanza del músculo y la fuerza.
Lamento retratar a quienes han pedido o van pidiendo a los niños que enseñen sus bíceps o alentando a sus hijas, sólo a ellas, a tener cuidado cuando salen. Hemos sido el producto del mismo tipo de educación que, ahora, queremos cambiar.
Una sociedad igualitaria debe ser construida por quienes nos sabemos iguales, e iguales en todo, incluso en la libertad de la forma de vestir.
La escuela no lo es todo, siendo muy importante. Sí lo es la tribu y los medios de comunicación, que ya van haciendo algo.
Por desgracia, no creo que consigamos lo que deseamos «casi» todos en poco tiempo pero, de verdad, estoy convencido de que éste debe ser nuestro granito de arena.