(Firma: Juan Andivia) Uno, que sólo sabe que no sabe, tocado ya y casi hundido, ha recabado información de la agencia tributaria para ver, recordar o descubrir qué eran y para qué servían los impuestos; porque hay años que no está uno para nada.
Y leo que una parte de las necesidades de las personas pueden satisfacerse de manera individual, con sus recursos propios, y pienso que será quienes los tenga, porque hay otras, como la sanidad, para quienes no pueden ir a una consulta, a un hospital o recibir un tratamiento privados; la educación para quienes no puedan pagarse un School; las bibliotecas, los jardines, los parques, las carreteras, los polideportivos, los museos y muchas cosas más y sus instalaciones y materiales propios que, si no los paga la administración pública, no se pueden disfrutar, digo yo.
Y entonces recuerdo un debate de los candidatos a la presidencia de la Comunidad en el que el señor Moreno repetía este mensaje: Bajada Masiva de Impuestos. Ya entonces me eché a temblar.
Verán, no es yo que quiera pagar más que nadie; además, si lo quisiera, podría hacerlo de manera individual, sino que lo que me preocupa, conociendo como conozco en materia de educación, los efectos de ese liberalismo en Madrid y Valencia es el acceso a los libros de texto y la adquisición de medicamentos por los más desfavorecidos; la destrucción de centros escolares en zonas donde no va a haber demanda y la consecuente extensión, en suelo público, de colegios concertados y confesionales; la atención de que quienes van a gobernarnos a una escuela y a unos docentes que menosprecian; las ayudas sociales y otras minucias que se me ocurren como solidario trasnochado que soy.
Sigo leyendo y deduzco que sí va a haber cuerpos de seguridad, por lo que me siento más inseguro y, tras leer donde no debiera y oír lo no aconsejable, creo que se va a compensar y proteger a los inofensivos hombres, maltratados ellos por las pérfidas mujeres. Ah, no es así, que el señor Moreno dice que ninguna víctima va a caer en el olvido. Se ve que no se ha enterado de lo que piensa la multitud que gritaba en la puerta del Parlamento, mientras soltaba su programa con el sospechoso retintín de reivindicar un cambio sin complejos.
Miren, no sé si se entiende la ironía, pero me da igual, una vez más no me siento orgulloso de ser español, ni andaluz, ni de ser hombre siquiera, aunque esto de querer ser apátrida sea tan deseable como incomprensible.
Que mis retenciones vayan a pagar el sueldo de estos diputados, me avergüenza; que sirvan para concertar los bachilleratos, cuando hay institutos que tienen sitio y demanda para ampliar los suyos, me subleva; que se quiera “sacar de la contienda política asuntos tan sensibles como la violencia de género” me hace pensar en que ni se le quiere llamar machista, ni se quiere ver que es precisamente una cuestión política y que no sería tan sensible si todos estuviéramos de acuerdo en que hay que erradicarla.
Pero ahí están, por sus méritos o por démerito de los demás, legalmente, democráticamente elegidos, con todo el derecho del mundo a llevar a nuestra tierra por donde ellos creen. Es justo, pero yo no quiero ser ciudadano de este planeta.